Jaelle despertó y, con ella, se abrieron unos
tristes ojos color carmesí. El dolor la inundó al saber que otro día había
comenzado, que tendría que volver a mentirse para poder justificar el
significado de su existencia. Movió la cabeza de un lado para otro sabiendo que
ese gesto no serviría para olvidarse de viejos fantasmas pero, ya no la
importaba.
Se levantó con la idea de dirigirse al baño y,
mientras la realizaba, un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Entrar allí
conllevaba el verse reflejada en el espejo, objeto único en toda la casa, el
apreciar una imagen que la causaba aversión y un sentimiento de profundo vacío.
No es que su aspecto no fuera digno de mirar, es más, sabía que llamaba la
atención con su sedoso pelo negro salpicado de tonos azulados y con sus pocos
comunes ojos rojizos. Era lo que se conoce por una chica atractiva pero pensaba
que no podía reflejar nada más, que su alma estaba vacía.
Finalmente, entró esquivando con gran habilidad,
fruto de largos años de experiencia, la superficie que coronaba el lavabo.
Sabía que no podía eludirlo constantemente. Respiró profundamente y, tras unos
segundos, se giró bruscamente hacia lo que había estado evitando para acabar
dándose de bruces con su mal entendida realidad.
Sí, ahí estaba, lo podía ver perfectamente. Él era
aquel ser que la fascinaba y, a la vez, la hacía alcanzar los límites de la
locura. La miraba con ojos inexpresivos que ocultaban oscuros secretos. No
podía huir de aquella irónica sonrisa que había dibujada en aquella cara y que
la hacía caer en un delirio enfermizo. Solo las lágrimas derramadas eran
testigos de tales enfrentamientos, solo ellas sabían que al final avanzaba con
paso firme para darse a conocer en un futuro cercano.
Tras dudosos intentos, se incorporó intentando no
dar importancia a sus miedos, convenciéndose con incoherentes y absurdos
argumentos de que todo iba bien. La monotonía la esperaba y la hora la hacía
recordar que vivía en un mundo donde el tiempo dominaba y hacia ver el duro
cumplimiento de una serie de obligaciones que no podían posponerse. No quiso
perder más tiempo en imágenes estúpidas y sin ningún sentido.
Rápidamente cogió lo primero que había en el
armario y se vistió. El aspecto no la importaba y, aún menos los comentarios
superficiales que pudieran hacer unos cretinos que no mostraban más que
absurdos disfraces que escondía miedos no asumidos.
Al ir a coger el abrigo, reparó en el dedo índice
de su mano izquierda, en la única joya que decoraba alguna parte de su cuerpo.
El por qué tenía aquel anillo había sido olvidado desde hacía demasiado tiempo
pero, la gustaba creer que la piedra azul que adornaba la montura representaba
algo que escapaba a la razón. Apartó la mirada de él y se prometió que dejaría
de leer novelas de fantasía.
Sus problemas y alucinaciones tendrían que esperar,
ya había perdido demasiado tiempo en bobadas. El retrasar lo inevitable no
podría traer otra cosa que nuevas preocupaciones.
Salió de casa y se dirigió con paso decisivo hacia
su coche. Montó en él, lo puso en marcha y se alejó hacia su destino mientras
escuchaba las palabras de una triste canción cuyo significado la hacía
adentrarse en una profunda melancolía. Nunca podría alcanzar lo que también esa
letra reclamaba porque sólo eran sueños por los que se había cansado de luchar,
ya no tenía fuerzas para seguir con ilusiones carentes de sentido.
_________
El transcurso del día hizo olvidar aquella
experiencia vivida por la mañana. La hubiese gustado contárselo a alguien en
busca de alguna comprensión pero no tenía a quién, era tan sencillo como eso.
Jaelle no creía nada, en nadie, para ella todo era hipocresía y, si quería que
no la hiciesen daño, debía confiar sólo en ella misma. Creía ser
suficientemente fuerte para hacer frente a cualquier problema y, su apariencia
daba fe de ello pero, quién era capaz de realizar semejante propósito. Una vez
más sacudió su cabeza en un inútil intento de borrar tales pensamientos y se
concentró en la sola idea de ser autosuficiente en una vida donde todos van
contra todos, incluso, contra sí mismos.
Mientras escribía su habitual artículo en un
periódico de escasa tirada, volvió otra vez a fijarse en aquel anillo que la
tenía totalmente fascinada del mismo modo que la primera vez que se lo puso.
Solo recordaba esa sensación, nunca cómo llego a sus manos. Empezó a examinarlo detenidamente hasta que
notó como la redacción empezó a girar en torno a ella. No podía hacer nada para
pararlo. Las vueltas eran cada vez más rápidas y, con estas, surgió una presión
en su cabeza que aumentaba a cada segundo. Abrió la boca en un intento inútil
de gritar pues ningún sonido salió o, si lo hizo, se perdió en el vacío.
Entonces fue consciente de que el pánico se había apoderado de su cuerpo y
mente. Deseaba que aquello acabase, que alguien se apiadase y la matase en
aquel mismo lugar y, con ello, conseguir apartar los ojos de aquella piedra que
parecía burlarse de su situación. Inesperadamente, todo dejó de girar para dar
paso a una escalofriante carcajada. Silencio tras la tormenta. Sí, el silencio
y el descanso llegaron en forma de desvanecimiento para aliviarla de confusos
pensamientos y crueles imágenes cargadas de secretos ocultos.
_________
Transcurrieron varias horas hasta que los ojos de
Jaelle volvieron a abrirse. Un fuerte dolor aún quedaba en su cabeza como
recuerdo de lo sucedido. La niebla que cercaba sus pensamientos se dispersaba
haciendo que todo empezara a tener sentido por momentos. El miedo la cortó la
respiración. Sin pensar, se levantó y corrió a refugiarse en su coche. Lo
arrancó y pisó hasta el fondo el acelerador. No importaba lo que pudiera
sucederla, incluso buscaba el beso frío y eterno de la muerte para evitar un
nuevo enfrentamiento con ese ser cuya carcajada aún resonaba en sus oídos. Lo
que escuchó no era de este mundo y, fuese donde fuese, no quería saberlo.
La noche empezaba a envolver la ciudad con su
oscuro manto y, Jaelle se cubrió con él al llegar a donde estaba situada su
casa. No recordaba cómo había llegado allí. Tampoco la importaba. Con pasos
cautelosos se acercó a la puerta dudando si debía o no debía entrar en el sitio
donde las pesadillas habían comenzado. Sus manos temblorosas dispusieron la
decisión que no se atrevía a tomar haciendo que el muro que separaba dos
realidades se abriese. Por un instante su voluntad se resistió a ir más allá
pero su cuerpo entró en ese ambiente que era tan extrañamente familiar. De
repente, un portazo y una risa se clavaron en lo profundo de su ser. Esa era la
señal, no había duda y, con ella, supo lo que venía después.
Sus ojos se habituaron pronto a la oscuridad, pero
no sirvió para disminuir el terror que la paralizaba. Sabía que no estaba sola,
lo podía sentir en las sombras que inundaban el salón de su casa.
En aquella fría atmósfera solo notó el calor que
desprendía la piedra azulada que adornaba su dedo. Algo semejante a las
palpitaciones del corazón acompañaban a los destellos de luz que el anillo
desprendía. Cuando Jaelle intentó tocarlo, un fuego abrasador hizo que apartara
su mano y, seguidamente, montura y piedra se desprendieron. Esta última se
quedó flotando en el aire emitiendo distintas tonalidades azuladas y, cuando
Jaelle creyó que ya no podía pasar nada más inverosímil, ésta se dirigió hacia
el piso superior con una luz pálida, mortecina.
La siguió con pasos que dudaban el continuar
avanzando. Su respiración entrecortada era la única cosa que se revelaba contra
el silencio que imperaba en la casa. Por fin, la piedra se paró. El sudor frío
pasó a ser protagonista al abrirse camino por la espalda de Jaelle cuando fue
consciente del lugar en donde había entrado la brillante gema. Todo había
vuelto al punto de partida, al espejo del baño donde veía a ese personaje
sobrenatural que la llenaba de terror. La piedra la miraba como si todo se
tratase de una broma pesada, desafiándola a que siguiera sus pasos. Ya faltaba
poco para que se decidiese el final de aquel juego donde el querer o no
participar era lo de menos.
Entró situándose tras la esfera azulada pero se
negó a levantar la mirada hacia el espejo. Sin embargo, una voz la invitaba a
enfrentarse contra la imagen de aquel ser. Una y otra vez resonaba en su mente;
las palabras eran peligrosamente tentadoras y, se rindió a ella. El resistirse
no era opción, solo era el continuar evitando lo evidente y prolongar un
sufrimiento innecesario.
Armándose de valor, alzó sus ojos carmesíes que
chocaron con los del espejo. Todo empezó a encajar al mirar a ese ser sin vida
cuya expresión reflejaba la necesidad de matar. Acentuó su sonrisa al levantar
la mano y, con un leve gesto ordenó algo a la piedra. Cómo deseó el significado
del lenguaje que acababa de utilizar pero, Jaelle no pudo pensar más porque la
esfera azulada se clavó en su corazón. Su cuerpo reaccionó temblando ante el
impacto recibido. Los sentimientos de dolor y alivio se mezclaban en un mundo
de confusión que cesó cuando su existencia cayó hacia el vacío, hacia la nada
más absoluta. Solo entonces el silencio tuvo sentido.
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Jaelle despertó y, con ella, se abrieron unos ojos
sabios color carmesí pero, esta vez, no tuvo que intentar nuevas mentiras que
justificaran su estancia en un mundo que ya no la pertenecía y del que nunca
había formado parte. Sí, por fin sabía quién era, cuál era su lugar y el
significado de su existencia. Si lo pensaba era irónico, lo había llevado
siempre consigo sin averiguar que ese anillo era su verdadera alma, su
pasaporte hacia la inmortalidad.
Ya no podía perder más tiempo con aclaraciones, las
obligaciones se acumulaban desde su breve experiencia mortal. Ella era la
Parca, la que concedía el dulce beso, la que premiaba a cada persona con el
eterno descanso del que nadie retornaba jamás y, no era justo seguir
prolongando el sufrimiento de personas tan vacías como ella misma…
Emaleth
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