jueves, 28 de agosto de 2014

El despertar



Jaelle despertó y, con ella, se abrieron unos tristes ojos color carmesí. El dolor la inundó al saber que otro día había comenzado, que tendría que volver a mentirse para poder justificar el significado de su existencia. Movió la cabeza de un lado para otro sabiendo que ese gesto no serviría para olvidarse de viejos fantasmas pero, ya no la importaba.

Se levantó con la idea de dirigirse al baño y, mientras la realizaba, un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Entrar allí conllevaba el verse reflejada en el espejo, objeto único en toda la casa, el apreciar una imagen que la causaba aversión y un sentimiento de profundo vacío. No es que su aspecto no fuera digno de mirar, es más, sabía que llamaba la atención con su sedoso pelo negro salpicado de tonos azulados y con sus pocos comunes ojos rojizos. Era lo que se conoce por una chica atractiva pero pensaba que no podía reflejar nada más, que su alma estaba vacía.

Finalmente, entró esquivando con gran habilidad, fruto de largos años de experiencia, la superficie que coronaba el lavabo. Sabía que no podía eludirlo constantemente. Respiró profundamente y, tras unos segundos, se giró bruscamente hacia lo que había estado evitando para acabar dándose de bruces con su mal entendida realidad.

Sí, ahí estaba, lo podía ver perfectamente. Él era aquel ser que la fascinaba y, a la vez, la hacía alcanzar los límites de la locura. La miraba con ojos inexpresivos que ocultaban oscuros secretos. No podía huir de aquella irónica sonrisa que había dibujada en aquella cara y que la hacía caer en un delirio enfermizo. Solo las lágrimas derramadas eran testigos de tales enfrentamientos, solo ellas sabían que al final avanzaba con paso firme para darse a conocer en un futuro cercano.

Tras dudosos intentos, se incorporó intentando no dar importancia a sus miedos, convenciéndose con incoherentes y absurdos argumentos de que todo iba bien. La monotonía la esperaba y la hora la hacía recordar que vivía en un mundo donde el tiempo dominaba y hacia ver el duro cumplimiento de una serie de obligaciones que no podían posponerse. No quiso perder más tiempo en imágenes estúpidas y sin ningún sentido.

Rápidamente cogió lo primero que había en el armario y se vistió. El aspecto no la importaba y, aún menos los comentarios superficiales que pudieran hacer unos cretinos que no mostraban más que absurdos disfraces que escondía miedos no asumidos.

Al ir a coger el abrigo, reparó en el dedo índice de su mano izquierda, en la única joya que decoraba alguna parte de su cuerpo. El por qué tenía aquel anillo había sido olvidado desde hacía demasiado tiempo pero, la gustaba creer que la piedra azul que adornaba la montura representaba algo que escapaba a la razón. Apartó la mirada de él y se prometió que dejaría de leer novelas de fantasía.
Sus problemas y alucinaciones tendrían que esperar, ya había perdido demasiado tiempo en bobadas. El retrasar lo inevitable no podría traer otra cosa que nuevas preocupaciones.
Salió de casa y se dirigió con paso decisivo hacia su coche. Montó en él, lo puso en marcha y se alejó hacia su destino mientras escuchaba las palabras de una triste canción cuyo significado la hacía adentrarse en una profunda melancolía. Nunca podría alcanzar lo que también esa letra reclamaba porque sólo eran sueños por los que se había cansado de luchar, ya no tenía fuerzas para seguir con ilusiones carentes de sentido.
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El transcurso del día hizo olvidar aquella experiencia vivida por la mañana. La hubiese gustado contárselo a alguien en busca de alguna comprensión pero no tenía a quién, era tan sencillo como eso. Jaelle no creía nada, en nadie, para ella todo era hipocresía y, si quería que no la hiciesen daño, debía confiar sólo en ella misma. Creía ser suficientemente fuerte para hacer frente a cualquier problema y, su apariencia daba fe de ello pero, quién era capaz de realizar semejante propósito. Una vez más sacudió su cabeza en un inútil intento de borrar tales pensamientos y se concentró en la sola idea de ser autosuficiente en una vida donde todos van contra todos, incluso, contra sí mismos.

Mientras escribía su habitual artículo en un periódico de escasa tirada, volvió otra vez a fijarse en aquel anillo que la tenía totalmente fascinada del mismo modo que la primera vez que se lo puso. Solo recordaba esa sensación, nunca cómo llego a sus manos.  Empezó a examinarlo detenidamente hasta que notó como la redacción empezó a girar en torno a ella. No podía hacer nada para pararlo. Las vueltas eran cada vez más rápidas y, con estas, surgió una presión en su cabeza que aumentaba a cada segundo. Abrió la boca en un intento inútil de gritar pues ningún sonido salió o, si lo hizo, se perdió en el vacío. Entonces fue consciente de que el pánico se había apoderado de su cuerpo y mente. Deseaba que aquello acabase, que alguien se apiadase y la matase en aquel mismo lugar y, con ello, conseguir apartar los ojos de aquella piedra que parecía burlarse de su situación. Inesperadamente, todo dejó de girar para dar paso a una escalofriante carcajada. Silencio tras la tormenta. Sí, el silencio y el descanso llegaron en forma de desvanecimiento para aliviarla de confusos pensamientos y crueles imágenes cargadas de secretos ocultos.
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Transcurrieron varias horas hasta que los ojos de Jaelle volvieron a abrirse. Un fuerte dolor aún quedaba en su cabeza como recuerdo de lo sucedido. La niebla que cercaba sus pensamientos se dispersaba haciendo que todo empezara a tener sentido por momentos. El miedo la cortó la respiración. Sin pensar, se levantó y corrió a refugiarse en su coche. Lo arrancó y pisó hasta el fondo el acelerador. No importaba lo que pudiera sucederla, incluso buscaba el beso frío y eterno de la muerte para evitar un nuevo enfrentamiento con ese ser cuya carcajada aún resonaba en sus oídos. Lo que escuchó no era de este mundo y, fuese donde fuese, no quería saberlo.

La noche empezaba a envolver la ciudad con su oscuro manto y, Jaelle se cubrió con él al llegar a donde estaba situada su casa. No recordaba cómo había llegado allí. Tampoco la importaba. Con pasos cautelosos se acercó a la puerta dudando si debía o no debía entrar en el sitio donde las pesadillas habían comenzado. Sus manos temblorosas dispusieron la decisión que no se atrevía a tomar haciendo que el muro que separaba dos realidades se abriese. Por un instante su voluntad se resistió a ir más allá pero su cuerpo entró en ese ambiente que era tan extrañamente familiar. De repente, un portazo y una risa se clavaron en lo profundo de su ser. Esa era la señal, no había duda y, con ella, supo lo que venía después.

Sus ojos se habituaron pronto a la oscuridad, pero no sirvió para disminuir el terror que la paralizaba. Sabía que no estaba sola, lo podía sentir en las sombras que inundaban el salón de su casa.

En aquella fría atmósfera solo notó el calor que desprendía la piedra azulada que adornaba su dedo. Algo semejante a las palpitaciones del corazón acompañaban a los destellos de luz que el anillo desprendía. Cuando Jaelle intentó tocarlo, un fuego abrasador hizo que apartara su mano y, seguidamente, montura y piedra se desprendieron. Esta última se quedó flotando en el aire emitiendo distintas tonalidades azuladas y, cuando Jaelle creyó que ya no podía pasar nada más inverosímil, ésta se dirigió hacia el piso superior con una luz pálida, mortecina.

La siguió con pasos que dudaban el continuar avanzando. Su respiración entrecortada era la única cosa que se revelaba contra el silencio que imperaba en la casa. Por fin, la piedra se paró. El sudor frío pasó a ser protagonista al abrirse camino por la espalda de Jaelle cuando fue consciente del lugar en donde había entrado la brillante gema. Todo había vuelto al punto de partida, al espejo del baño donde veía a ese personaje sobrenatural que la llenaba de terror. La piedra la miraba como si todo se tratase de una broma pesada, desafiándola a que siguiera sus pasos. Ya faltaba poco para que se decidiese el final de aquel juego donde el querer o no participar era lo de menos.

Entró situándose tras la esfera azulada pero se negó a levantar la mirada hacia el espejo. Sin embargo, una voz la invitaba a enfrentarse contra la imagen de aquel ser. Una y otra vez resonaba en su mente; las palabras eran peligrosamente tentadoras y, se rindió a ella. El resistirse no era opción, solo era el continuar evitando lo evidente y prolongar un sufrimiento innecesario.

Armándose de valor, alzó sus ojos carmesíes que chocaron con los del espejo. Todo empezó a encajar al mirar a ese ser sin vida cuya expresión reflejaba la necesidad de matar. Acentuó su sonrisa al levantar la mano y, con un leve gesto ordenó algo a la piedra. Cómo deseó el significado del lenguaje que acababa de utilizar pero, Jaelle no pudo pensar más porque la esfera azulada se clavó en su corazón. Su cuerpo reaccionó temblando ante el impacto recibido. Los sentimientos de dolor y alivio se mezclaban en un mundo de confusión que cesó cuando su existencia cayó hacia el vacío, hacia la nada más absoluta. Solo entonces el silencio tuvo sentido.

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Jaelle despertó y, con ella, se abrieron unos ojos sabios color carmesí pero, esta vez, no tuvo que intentar nuevas mentiras que justificaran su estancia en un mundo que ya no la pertenecía y del que nunca había formado parte. Sí, por fin sabía quién era, cuál era su lugar y el significado de su existencia. Si lo pensaba era irónico, lo había llevado siempre consigo sin averiguar que ese anillo era su verdadera alma, su pasaporte hacia la inmortalidad.

Ya no podía perder más tiempo con aclaraciones, las obligaciones se acumulaban desde su breve experiencia mortal. Ella era la Parca, la que concedía el dulce beso, la que premiaba a cada persona con el eterno descanso del que nadie retornaba jamás y, no era justo seguir prolongando el sufrimiento de personas tan vacías como ella misma…

Emaleth