lunes, 22 de agosto de 2011

JMJ

La finalización del JMJ llegó con gran pesar para unos y con gran alivio para otros. Y, tras tanta celebración e indignación, llega el momento de la reflexión y de hacer cuentas. La segunda, no me interesa demasiado ya que a la vista está que un país continuamente amenazado por el abismo de una segunda recesión, no debería haber sufragado un acontecimiento que supera de sobra sus posibilidades provocando a un pueblo ya castigado que se siente doblemente engañado al ver en qué se gastan sus impuestos.

El problema no es la religión sino la financiación de un gasto inconstitucional y por el que la gente tiene reconocido ejercer un derecho que sí está recogido en la Constitución: la manifestación. Para las altas expectativas tenidas en este movimiento, una manifestación es una contrariedad, una acción convulsa por parte de unos alborotadores que dañan la buena imagen de España y, sobre todo, de esos políticos que intentan siempre desviar la atención y limpiar una imagen que consiga romper el ateísmo político del momento. Para todos estos, parece ser menos desprestigiante mandar a sus fuerzas policiales para ser retratados en continuas muestras de brutalidad y violencia desmedida hacia unas personas que solo expresaban su rechazo a un acto que contravenía la aconfesionalidad del país y no del ateísmo como se ha dicho reiteradamente en diversos informativos. Siempre hay gente que provoca, los españoles somos muy dados a abrir la boca sin pensar en las consecuencias que pueden conllevar las palabras vertidas, pero ver como acometían contra gente que no hacía nada deja al desnudo la indefensión del ciudadano y el recuerdo de unos tiempos donde la expresión abrazaba peligrosamente la represión.

La Iglesia necesita adaptarse a los tiempos y ganarse el amor de los jóvenes para garantizar su supervivencia. Sin embargo, tras los hechos acontecidos en estos días pasados, la tolerancia de la que hace estandarte quedó anulada en unas afirmaciones poco acertadas en las que los cristianos se veían como un rebaño atacado por las malignas garras de unos ateos que había que parar debido a su aumento en las últimas décadas. Una vez más, reitero la necesidad de la crítica en una actualidad donde imperan los dualismos, donde los grises desaparecieron de la escala cromática y donde el yo tengo razón pasa por barrer a todos los que le contraríen. Por qué no considerar que muchos de esos manifestantes eran cristianos que no consideraban acertada la venida del Papa con su séquito en tiempos tan adversos; por qué no dar autonomía crítica a unos cristianos que piden algo más de una autoridad que parece haberse quedado en un mero ídolo de masas; por qué seguimos confundiendo fanatismo con creencia….

Muchas son las preguntas y otras tantas sus respuestas aunque a veces creo que el acceso a la educación no ha servido para acabar con los atisbos medievales: seguimos en una oscuridad de la ignorancia; la única diferencia: el no creernos tales.

No soy atea ni voy en contra de éstos, solo creo que vivo en un país de sordos y ciegos que, a pesar de su apariencia, sigue anclado en un pasado que desconoce el verdadero y profundo significado del concepto progreso.
Emaleth

lunes, 8 de agosto de 2011

El examen

“La conquista de las Galias por el Imperio Romano”. ¿Qué tipo de pregunta era esa? Cómo podía recordar algo que sucedió siglos antes de que él mismo naciera. ¡Qué estaba sucediendo con el sistema educativo! ¡¿Acaso el colegio se había convertido en una mera institución carcelaria y de tortura?! ¡¿No tenía él derechos como todo el mundo?! La respuesta la sabía demasiado bien; en el último examen le negaron la posibilidad de apelar varias preguntas que, en su criterio, no aportarían beneficio alguno en su vida y, para el colmo de su indignación, le amenazaron con la expulsión y una llamada a sus padres. Aún seguía sin comprender la necesidad de identificar un sujeto o un predicado en una oración. ¡Pero si ya estaba hecha! ¡Menuda estupidez!

El caso es que no podía llevar otro suspenso a casa; en la escuela empezaban a preguntarse si el término especial que utilizaba su madre para defenderlo tenía otro significado igual de “especial”. Intentó concentrarse en la respuesta pero sus ojos vagaban inevitablemente hacia el reloj de la clase contabilizando los minutos que lo separaban de la libertad.

Mientras decidía qué actividades ocuparían su tiempo esa tarde, le pareció oír una lejana voz que avisaba de la pronta finalización del examen. Helado, estudió el reloj atentamente para darse cuenta que cinco minutos era todo lo que le restaba de una hora en la que lo más provechoso que había hecho era escribir correctamente su nombre en la parte superior de la hoja.

Rápidamente, esgrimió con agilidad el bolígrafo y de su punta brotaron rápidas palabras que acabaron ocultando la desnudez del folio. Una firma, una sonrisa en la entrega del examen y, una vez más, la satisfacción del trabajo bien hecho.

Mientras salía por la puerta, solo una duda asaltaba su mente: en la defensa de la Galia contra los romanos, ¿cómo se llamaba ese gordo que siempre acompañaba a Asterix?...
Emaleth