Él está ahí, sentado, rodeado de
su corte, de sus consejeros más cercanos, de sus fieles caballeros y de los
gobernadores que un día dirigieron en su nombre cada una de sus conquistas.
Frente a él, una mesa de mármol cuyas patas quedan ocultas tras una larga barba
fruto de un largo exilio. Sus ojos, permanecen cerrados en un sueño que aguarda
la venida de un nuevo alzamiento, de un nuevo renacer que vendrá teñido por la
sangre de los enemigos vencidos. Hasta entonces, aguarda pacientemente en uno
de los lugares más inescrutables de la tierra, oyendo el tañido de su propio
corazón como único testigo del paso del tiempo. Mientras, en el exterior de su
escondite, hombres sabios temen su llegada, los necios ansían su regreso y, los
más numerosos, lo ignoran pero las antiguas leyendas hablan del despertar: el emperador recupera la
conciencia para que uno de sus mensajeros investigue si hay cuervos volando
alrededor de su encierro. Si es así, debe seguir aguardando en un mundo onírico
que desaparecerá cuando su barba rodee por tres veces la mesa que preside. Solo
entonces, se levantará para reunir a sus caballeros, abandonar su retiro y
luchar hasta alzarse con el poder que ya consiguió en el pasado bajo su mando.
Cuando la ladera del Untersberg desaparezca bajo hordas de caballeros armados,
el día del juicio final habrá llegado y del interior de la montaña se alzará la
furia hasta entonces dormida de un emperador cansado y hastiado por su larga
espera. Mientras, se cuenta, que los dwarfs, a los que temerosos ojos describen
como una especie de seres semejantes a los enanos, guardan su regreso
atemorizándolos y alimentándose de visitantes no deseados. Ellos velan por su
descanso compartiendo con él, al que unos llaman Carlomagno y otros Federico
II, un mismo fin: la protección de la
Gran Germania.
Tras estas palabras el espejo enmudeció. La negrura de la piedra
contrastó con la blancura que su rostro reflejaba. No sabía qué o quién era el
portador de tal revelación; ni siquiera se veía capaz de describirlo a pesar
del tiempo que había permanecido frente a él. Nunca había creído en los objetos
de poder pero, sin duda alguna, lo que decían las leyendas acerca del Sello de
la Verdad resultaron ser ciertas. Ahora empezaba a preguntarse si las
consecuencias por su arrojo también lo serían…Ojeó su diario de viaje. En apenas dos meses de intenso trabajo había conseguido numerosos datos cuyo único punto en común consistía en la indeterminación de los mismos. Leyendas, habladurías y ruinas testigos del paso del tiempo eran los más numerosos. El secretismo que rodeaba a la antigua residencia vacacional de Hitler y la implicada mitología del lugar borraban el pequeño atisbo de una nueva pista para transformarse en un nuevo callejón sin salida.
La obsesión y continuo recuerdo de la visión no satisfacían su ansía de conocimiento. En las continuas noches de insomnio una misma idea surgía una y otra vez. La sopesaba considerando los pros y contras de una manera metódica, incluso enfermiza, para acabar rechazándola cuando el miedo conseguía vencer a la osada locura. ¿Acaso no había sido ya testigo de lo peligroso de su impetuosidad? La búsqueda del Sello de la Verdad asemejaba a un juego de niños si se comparaba con el cada vez más tentador plan que se le pasaba por la cabeza. En realidad sabía que solo una última pista a seguir le separaba de tan ingente empresa. Ahora meramente le restaba agotarla y, tal vez, dejarse llevar por los caprichosos designios del destino…
Al salir de la estación dudó.
Debía elegir bien cuales serían sus primeros pasos en un estado receloso de su pasado para evitar
posibles problemas en su complicada andadura. Esas mismas dudas le habían
tentado numerosas veces durante el viaje para usar el Sello de la Verdad en
busca de consejo. Con mano temblorosa se separó hasta dos veces de él como el
yonqui que intenta escapar de las garras de una adicción de la que hace tiempo
perdió el control, si es que alguna vez lo tuvo. En esas situaciones casi podía
comprender la obsesión y la influencia que ejercieron los objetos de poder en
la vida de Hitler. Se dice que su primer acercamiento al mundo mágico y, tal
vez al de la locura, se produjo a los dieciséis años en la visita que realizó
al museo de Viena. En éste, se exponía la llamada lanza de Longinos, arma con
la que Jesús fue atravesado en la cruz, a la que se atribuía el don de conceder
a su poseedor las artes de los médiums. No tardó en robarla en cuanto se hizo
con el poder; fue la primera de muchas otras en el afán de colmar la
vulnerabilidad de su propio ser. Solo el recuerdo de su final y el miedo que le
provocaba el saber de la verdad de estos poderes, conseguían sacarle del hipnótico estado de somnolencia que
ejercía este objeto sobre él.
No se arriesgaría. Iría
directamente a casa de su viejo amigo de aventuras. La cordura le había hecho
retirarse a tiempo de una vida saturada de acciones peligrosas, pero la
curiosidad y el ansía de conocimiento debían de seguir ahí.
Los años le habían respetado.
Unas pequeñas hebras plateadas en su barba
eran las únicas delatoras del paso del tiempo, pues en sus ojos seguía
brillando esa chispa de impetuosidad y viveza a los que era imposible decir no.
El saco de viaje, las cajas medio abiertas y paquetes sin desembalar habían
sido sustituidos por multitud de libros agolpados en las paredes y en el suelo
de toda la casa, pero la sonrisa que se escondía tras ellos le otorgaba
confianza y esperanza para su empresa…
Unas pocas palabras fueron
suficientes para que consiguiese adivinar sus verdaderos propósitos y temores.
Un gesto cabizbajo seguido de silenciosas negativas con la cabeza, expresaron
la disconformidad con ellos. Aun así, evitó hacer cualquier juicio de valor
durante la exposición acerca de su cometido:
-La situación de desamparo e
incertidumbre junto al impulso económico empresarial, posibilitó la subida al
poder, como bien es conocido, a un hombre que conjugaba a la perfección el
talento oratorio de un gran político contaminado con las fantasías extremistas
de un loco racista.
El gobierno hitleriano no fue
creándose durante sus trece años en el poder, sino que fue tomando forma
material de un plan perfectamente diseñado anteriormente como si de una batalla
se tratase. El objetivo de la instauración de la independencia y soberanía
respecto al dominio aliado y la restructuración de una Alemania fragmentada y
empobrecida solo fueron los cimientos dirigidos a crear una confianza en el
régimen que sería moldeada en fases posteriores.
Las religiones fueron la unidad y
la fortaleza de las primeras civilizaciones entre los hombres. Son éstas base
de la educación, de la convivencia social y, sin lugar a duda, de la dirección
que debe tomar el hombre teniendo presente constantemente sus limitaciones y
supeditación a un ente o entes superiores. Hitler sabía que la implicación
emocional y activa de los alemanes era claves para evitar reacciones contrarias
a sus propósitos. La propaganda nacionalista debería sucederse con una
religiosa bajo la vigilancia y protección de un poderoso ejército que
garantizase la férrea unidad dela nación.
La propaganda y la coacción del
Estado basadas en la aceptación religiosa y nacionalista de la soberanía
alemana como raza descendiente de dioses posibilitaron las aberraciones
posteriores: la erradicación de personas con trastornos psíquicos y físicos; la
marginación, desprecio y supresión de derechos a la gente que no tenía un
origen claro alemán; la demostración mediante árbol genealógico de la raza para
la participación en la vida del Estado, especialmente en administración y en
las filas de las SS; la utilización de las mujeres como mero instrumento de
natalidad; la investigación científica genetista basada en crueles experimentos
en campos de concentración y, por supuesto, la matanza indiscriminada de otras
razas, especialmente judíos y gitanos, con el único propósito de exterminarlas
en el continente europeo.
Hay otras muchas más que
enumerar, pero estas nos sirven para comprender la magnitud y preponderancia
que tenía la religión en las decisiones gubernamentales. Y, aunque muchas
religiones durante la historia han sido fundamento para otras atrocidades, aquí
se acrecienta cuando se fusiona con un arma que aún tiene más poder entre la
gente supersticiosa e ignorante: el ocultismo. Sí, sí, no me mires
despectivamente, sabes que a pesar de lo que tú o yo hayamos visto en nuestros
viajes y de lo que sea que lleves en esa mochila que tu mano se niega a soltar,
la mayoría de leyendas y objetos de poder no son más que supercherías y
necedades. Relájate, no pretendo juzgarte ni saber nada que no quieras
contarme; me has pedido información y eso es lo que trato de ofrecerte aunque,
para ello, deba remontarme tan atrás en el tiempo.
El ejército de las SS, con
Himmler a la cabeza, era el máximo ejemplo de cómo un poder indefinido podía
condicionar la estructura de su formación y, lo que es más increíble, la toma
de decisiones en un conflicto bélico. El castillo de Wewelsburg es el lugar que
eligió para formar entre sus muros el
Übersoldat (supersolado), soldados físicamente perfectos adiestrados en
las artes oscuras. Incluso se edificó la cripta a imitación de una tumba
micénica con el propósito de conmemorar a los muertos.
Hitler no se diferenciaría mucho
de Himmler puesto que edificó su propio santuario frente a la grandeza del
Untersberg, lugar místico por excelencia en la tradición germánica. Hablamos de
la casa Berghof.
De forma general, podíamos
mencionarla como el lugar en el que pasaba Hitler su tiempo de descanso junto a
Eva Brown. En ella, se celebraban reuniones de carácter ocioso en las que
resaltaba el buen carácter del Führer,
imágenes que todo el mundo ha podido ver grabadas en el balcón.
La casa fue construida en el
valle del Watterbargen próxima a otras pertenecientes a los líderes alemanes. A
pesar de las pocas edificaciones, se podían juntar gran número de personas en
ese lugar puesto que, signo de su gran poder, necesitaban aproximadamente de tres mil personas para atender a penas a diecisiete
miembros del partido en estaciones estivales o en las reuniones establecidas
para decidir y planificar acciones militares.
Pero retornemos nuestra visión al
Berghof o, mejor dicho, conduzcámonos hacia el subsuelo de la casa, hacia la
entrada de otro mundo desconocido para la mayoría de la gente: el nido de las
águilas… (Continuará)
Emaleth
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