Se sentó frente a la ventana a oscuras con la única luz de la luna como compañía. No recordaba cuanto tiempo había pasado desde que disfrutara de un momento a solas como éste.
Un rostro se dibujó en la
superficie de la ventana. Viejos demonios del pasado que pugnaban por encontrar
su sitio en el presente, pero no había ninguno donde hospedarse. Su corazón se
negaba a proseguir con esa vieja historia que solo le había causado dolor y
melancolía. Sí, tristeza por pensar en si las cosas hubiesen sido distintas, en
si sus decisiones fueron las correctas, en si sus sentimientos nublaron sus
pensamientos… y así una larga lista de si…
Maldito orgullo. Hubo una
oportunidad tras años de idas y venidas, de encuentros y desencuentros, y de
sus labios solo salió un “No, no es el momento”. Cuánto se arrepintió de esas
palabras, sobre todo, al descubrir que su vida la estaba viviendo otra o, al
menos, había conseguido lo que ella no pudo.
No era cierto. Dijo aquello
porque sabía que él no creía en un ellos, en un futuro unido por un mismo
camino y eso le dolió. Sin duda era la decisión acertada y, aun así, el pesar
continuó en su corazón año tras año sin remitir lo más mínimo.
Sería cierto que lo amaba. Sí, lo
aceptaba, aunque ese amor había mutado a algo diferente, a un recuerdo feliz y
utópico de un pasado que no pudo ser pero que quiso ser a pesar de todo.
Hoy en día, cada uno tenía su
vida y, sin embargo, seguían en contacto. ¿Amistad? No. Solo palabras manidas y
formales en celebraciones y un sincero deseo de bienestar mutuo. ¿Evitaban el
contacto? Tal vez sí o tal vez querían pensar que esa era la forma de evitar
algo que nunca sucedería.
Lo sabía. Era el momento de
despedirse de él, de su pasado, de sus encuentros, de sus sentimientos. Su único anhelo era el de haber sido y ser el
gran amor de su vida para confortar su alma fragmentada.
Se acomodó en el asiento y,
mientras una lágrima surcaba su rostro, dijo adiós con la voz entrecortada por
el dolor.
Emaleth