Cogió el bolígrafo y firmemente
se enfrentó a la hoja en blanco. No había pensado en ningún momento sobre qué
podía escribir pero no era su prioridad. Debía captar la atención del lector en
el mismo instante en que sus ojos se posaran sobre el folio, y puesto que no
disponía de ninguna portada, un buen título tendría que servir como
presentación ineludible a la historia.
Tras cuarenta minutos y diez
hojas después, ya disponía de unas letras elegantemente curvadas y remarcadas
para darlas profundidad y profesionalidad.
El bolígrafo entre sus labios, la
mano izquierda posada sobre su frente y la mirada perdida en el horizonte: esa
era la foto que le gustaría ver en la contraportada de su libro.
Una hora más tarde, el bolígrafo
hacía tiempo que se había precipitado de sus labios, la mano izquierda sujetaba
su cabeza y sus ojos cerrados le permitían ver más allá del horizonte.
Una imagen tras otra fue
componiendo una increíble historia de aventuras, intriga, pasión e, incluso,
comedia. Era una historia que no podía
dejar indiferente a nadie. El final se acercaba, sentía los nervios que siempre
predecían un desenlace sorprendente. El protagonista sacó su arma y…. ¡A cenar!
Asustado, se despertó, miró el
reloj y ahí sí que presintió el desenlace fatal que le esperaba. Era las nueve
de la noche, en su papel solo había un título y el final no escrito anunciaba
una muerte: la suya cuando su madre supiera por la profesora que no había
entregado la historia que había mandado para el día siguiente.
Se levantó, suspiró y con
resignación tuvo que admitir para sí que al menos conseguiría su propósito: su
historia no dejaría indiferente a nadie.
Emaleth