jueves, 19 de junio de 2008

Desconcierto

Miré a mi alrededor y ante mí se extendían amplios terrenos, divididos en partes iguales cada uno de ellos. De hecho, yo me hallaba en el medio de uno, en un espacio cuadricular que parecía ser el centro aunque no sabía decir de qué.

El sudor pegaba la camisa a mi cuerpo mientras mi mente luchaba por recordar cómo había llegado a semejante lugar. Cerré los ojos, ese gesto con el que creemos que ayudaremos a la memoria a proyectar esas imágenes que buscamos. Nada. Sólo había un vacio donde líneas rectas pugnaban unas con otras por alcanzar una especie de simetría semejante a la que pisaba en esos momentos.

Y si ¿todo fuera un juego? ¿una broma de mal gusto?...No, no podía concebir que alguien pudiese jugar con la vida de otro de aquella manera.

Permanecía con los ojos cerrados, respirando profundamente, para tratar de calmar los nervios que atenazaban cada parte de mi cuerpo. Pero, poco a poco, mientras tomaba el control de mis extremidades, empezaron a aparecer puntos negros en mi mente. Se hallaban distantes, lejanos, creando una nube de polvo tras de sí que iba creciendo a medida que se acercaban.

Intenté volver a la realidad, fuese cual fuese en la que me encontraba. No podía. La desesperación y el miedo jugaban unidos en esta partida y yo era la ficha sobre la que apostaban.

Me concentré en las figuras. Con cada paso distinguía extremidades extrañas, amorfas que parecían deslizarse por la superficie arenosa. No conseguía apreciar en ellas ningún signo distintivo de humanidad y, aún así, me resultaban desconcertantemente familiares.

Las nubes de polvo se iban unificando junto con un ruido ensordecedor resultado del numeroso conjunto formado por aquellos seres, como un ejército a punto de engullir a un solo individuo que su máxima falta era estar en ese lugar por equivocación.

Necesitaba pensar. Uno, dos, tres,…y diez. El ruido cesó. Alcé la vista y allí estaban. No podía creer lo que veía y sin embargo no había duda alguna sobre su identidad. Un grito intentó salir de mi boca y entonces pude abrir los ojos.

No recordaba haberme puesto de rodillas pero allí estaba, jadeando por la impresión, mirando sin ver e intentando sobreponerme a todo lo que estaba sucediendo.

Pudieron transcurrir segundos, minutos e, incluso, horas hasta que me atreví a moverme. Lentamente me erguí sin dejar de mirar al suelo y, una vez más, volví a contar pausadamente.

Uno, dos, tres…y diez. Levanté la mirada y…allí estaban, observándome, aguardando pero…¿a qué?

Entonces desperté. Me encontraba en mi estudio, con una hoja pegada a mi cara todavía sin entender que había sucedido pero seguro en el ambiente acogedor de lo conocido. Sólo ha sido una pesadilla, pensé. Me despegué con cuidado la hoja que todavía permanecía en mi mejilla y en aquel momento la oscuridad se iluminó.

Los seres eran números, las líneas rectas cuadrículas y la hoja….la hoja era un sudoku que pudo con mi paciencia y que consiguió cruzar la barrera onírica para seguir torturándome sin descanso, obligándome a terminarlo fuese de la manera que fuese.

Respiré, me encogí de hombros y pensé que siempre podía probar con los crucigramas….
Vanesa

2 comentarios:

Ivan dijo...

A mi también me resulta complicado resolver sudokus, aunque seguro que hay algo entre líneas que no he llegado a encontrar y que le da un mayor significado al relato.
Últimamente, me estás sorprendiendo gratamente con tu forma de escribir. Creo, que como el vino, mejoras con el tiempo.
Un saludo

Emilio dijo...

Cuando los sueños nos juegan una mala pasada la mejor respuesta no tiene porque ser despertar.

Que el prota de la historia se pase a los crucigramas, pero tu no dejes de escribir, ¿vale?

Nos vemos,
Emilio