domingo, 27 de septiembre de 2009

La confesión

Un nudo en la garganta impedía que palabra alguna escapase de su boca. Era un nudo provocado por el miedo y, a su vez, por el orgullo impetuoso de la juventud: no podrían sacarle información de ningún tipo.

Mientras esperaba a su interrogador, observó la sala en la que se hallaba. No era la habitual. Sabían que en su territorio se sentiría cómodo, podría evadir sus preguntas con relativa facilidad. Esto era nuevo. Era un ambiente que aparentaba ser agradable pero en todos sus recovecos se podrían encontrar elementos que recordaban sus leyes, esos imperativos a los que no había escapatoria sin castigo y su aceptación respondía al sí porque sí.

Debía centrarse en su argumentación. Una de las preguntas sería relativa al factor tiempo y era precisamente la que más le preocupaba. Unos veinte minutos malditos sin coartada le harían ser culpable a los ojos de su verdugo. No tenía testigo pero tal vez podría involucrar a alguien. Siempre es más fácil si compartes tus problemas con otro. Pero quién, qué persona sería fácil de liar y a su vez que soportase hábilmente las artes de un experto interrogador.

En mitad de su reflexión, la puerta se abrió y para su maldita suerte ahí estaba el más duro hueso del cuerpo: era conocida por ser inflexible e, incluso, de tomarse la justicia por su mano. Solo de pensar lo que había ocurrido en su último enfrentamiento hacía que un sudor frío le pegara la camisa al cuerpo.

No había escapatoria, habría de ser valiente y, pasara lo que pasara, no caer en sus negociaciones engañosas y negar de la forma más vehemente posible que él fuese el culpable de acabar con ese horroroso jarrón que presidía la mesa del salón…
Vanesa

domingo, 20 de septiembre de 2009

El devenir

Una hoja revoloteaba al compás de su compañero de baile, el aire. Era un devenir caprichoso, sin pautas que cautivaba al observador que trataba de adivinar cuál sería su próximo movimiento. Era un devenir que asemejaba a los giros de una vida que no parecía estar supeditada a ninguna fuerza, a ninguna regla que el entendimiento pudiera expresar con palabras: ella era la única responsable de su ser, de su movimiento, de la irracionalidad de sus actos. Tal vez fuera esa irracionalidad de la vida en sentido nietzscheano o esa voluntad del mundo como voluntad en el sentido schopenhauriano lo que me llevaba a aceptar la incomprensión de su tránsito por ella.

La hoja empezó a elevarse en sentido giratorio, danzando sobre sí misma para abandonar la superficie donde antes se hallaba posada. De igual manera, intentaba día tras día alejarme de la rutina para alcanzar esos sueños surgidos en la niñez y perfeccionados en la madurez. Pero, aún hoy, seguía atrapada entre los infranqueables muros de la responsabilidad, de los deberes, de las obligaciones para con los otros, de las imposiciones sociales que ahogan cada aliento de libertad; el yo queda relegado al final del camino, su fuerza vital es anulada, marginada, incluso demonizada para ensalzar el virtuoso hacer de la razón en su dominio de las pasiones.

Hemos dado la espalda a la vida para asentir al tú debes kantiano negando dos de las características propias del ser humano: la espontaneidad y la irracionalidad. El asentimiento se convierte en creencia, y la creencia en parte inseparable de la conducta humana: el alma muere y solo queda la Razón como principio vital; el individuo se hace extraño al mundo, no encuentra su lugar en él y la felicidad es sustituida por el hastío, por el odio y el resentimiento hacia la vida.
Y yo solo puedo preguntarme hasta cuándo…
Vanesa