viernes, 6 de junio de 2008

La llamada

Allí estaba. Una noche más frente a la ventana sujetando una copa de vino mientras se decía a si mismo que sería la última de la noche. No había el suficiente para calmar la sed que le ardía por dentro.

Y, allí estaba yo, Una noche más observándolo en la distancia, sintiéndome incapaz de calmar su dolor. Hacía tiempo, no recordaba cuanto, que no hablábamos.

El teléfono rompió el silencio que impregnaba la habitación. Sus ojos buscaron ciegos el lugar de donde procedía el sonido, aún pugnando por salir del hipnotismo que los embargaba. Lentamente, abandonó la compañía del frío vidrio y posó su mano sobre el teléfono mientras se debatía en la duda de si debía descolgarlo o no. Finalmente, levantó lentamente el auricular y con una voz apenas audible respondió a la llamada.

Murmullos, palabras a media voz acrecentaban mi impaciencia. Con pasos lentos me aproximé a su espalda. Por un momento el olor de su perfume me hizo olvidar todo lo que me rodeaba, sólo quería abrazarlo, hacerle saber que todo iría bien, que juntos lo superaríamos pero…de mi boca no surgía sonido alguno.

Fue entonces cuando escuché la voz que hablaba al otro lado del teléfono. Era una mujer que, junto con palabras de consuelo, esgrimía todo tipo de argumentos para hacerlo salir de casa siempre con su inestimable compañía, claro.

No pude escuchar más, las lágrimas se escapaban de mis ojos sin poder hacer nada para detenerlas. Torpemente me acerqué a la cama, mis piernas temblaban y sentía cómo el frío atenazaba cada parte de mi cuerpo. No podía pensar con coherencia, no entendía nada, miles de imágenes se agolpaban ante mis ojos sin dejar de escuchar en ningún momento la voz de aquella mujer.

Entonces sentí su presencia, me giré y vi como sus manos tapaban un rostro que esbozaba una mueca de dolor que no había visto antes en él. La sorpresa y el miedo me atenazaron, no podía respirar, no podía reaccionar, no podía…no podía…

Todo estaba oscuro. Aún me dolía la cabeza. Con esfuerzo me volví buscándolo a mi lado y…allí estaba, con los ojos cerrados, una sonrisa en sus labios y un marco que abrazaba en su pecho. Mi mano temblaba tras arrebatárselo. En la foto salíamos los dos, sonriendo, radiantes, disfrutando el uno del otro en una de esas pequeñas escapadas que nos hicieron inseparables. No pude evitar sonreír, no recordaba haber sido tan feliz en otro momento de mi vida, hasta que vi la nota que surgía en una de las esquinas.

Rápidamente me volví, sentí la frialdad que desprendía su cuerpo. No, no podía ser, no podía abandonarme, no le había dicho todo lo que le necesitaba, todo lo que lo amaba…se lo reclamaba una y otra vez golpeando su pecho, le exigía despertar llevada por la desesperación sin prestar atención a las pastillas que aún se encontraban a su alrededor hasta que una mano se posó en mi hombro…

Las nubes empezaron a despejarse dejando salir la brillante luz del sol. Al final íbamos a tener suerte y disfrutaríamos de buen tiempo ese fin de semana. Le sonreí mientras conducía a pesar de su continuo enfado y es que no era la primera vez que nos habíamos perdido ese día. No importaba, estábamos juntos y eso era suficiente para mí. Me volví con la intención de disfrutar del paisaje cuando todo se volvió negro y….

….y ahora todo cobraba sentido. El día se volvió noche mientras el ruido de hierros entrelazándose enmudecía nuestros gritos. La visión se tornó carmesí, sirenas se escucharon en la lejanía y el dolor fue la única realidad que sentía.

Poco a poco el frío consiguió adormecerlo, ninguna de mis extremidades obedecían las ordenes que trataba de enviarle. Dejé de sentir su mano aferrada a la mía y las súplicas que resonaban en mis oídos se fueron silenciando. El pánico fue sustituido por la oscuridad, la oscuridad por la nada.

Levanté la mirada y allí estaba él. Observó su cuerpo durante un momento para después mirarme con una expresión en sus ojos donde el amor no podía ocultar la culpabilidad que le había torturado esos largos meses, esos en los que no habíamos intercambiado palabras ni miradas…

Todo encajaba: la distancia, el frío, el mutismo….pero todo había acabado. Ya no volvería a estar sola y la sonrisa del ayer perduraría en el mañana, lo sabía y me lo repetía una y otra vez mientras nos uníamos en un abrazo…
Vanesa

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