viernes, 28 de noviembre de 2008

Epitafios de Westminster Abbey

Le encantaba complicarse la vida. Se lo decía todo el mundo, que era un bicho inquieto, que la Tierra no giraba más deprisa para que a él le diera tiempo a recorrerla y que se dejara de sueños imposibles propios de una juventud que estaba llamada a agotársele en breve.

A veces pensaba en su epitafio, sobre todo o con especial frecuencia desde que había visto los ingleses, vidas hábilmente resumidas en cuatro líneas con sus logros y miserias. La suya tenía más de lo segundo que de lo primero (como todo el mundo, aunque pocos lo reconocieran), pero aún así se negaba a que su tiempo respirando se redujera a un par de sintagmas entre los paréntesis del nació y del murió. No obstante, bien pensado, era absurdo preocuparse por la trascendencia de un epígono en Times New Roman que nunca llegaría a leer.

Por eso mismo y por él mismo (propósito egoísta y orgullosamente reconocido) le gustaba que le insultaran llamándole irreflexiva aguililla (curiosa a la par que astuta) pues sólo así podía alcanzar las oportunidades más recónditas y las ilusiones menos manidas.

Que los demás construyeran sus días previsibles y sueldos fijos, hipotecas mortuorias y niños que les sacaran los ojos, porque lo que era él lo tenía muy claro: haría lo imposible para que ésta, la síntesis de su vida, le llevara al escritor de turno algo más que los protocolarios cinco minutos.

Vicky

jueves, 20 de noviembre de 2008

la última parada

El vaivén del autobús a esa hora de la mañana tenía un efecto adormecedor en todos los viajeros. Aún sin cerrar los ojos cada uno de ellos andaba sumido en un profundo sueño (o debería llamarse ensueño) que les hacía ser un mobiliario mas entre las barras y asientos del vehículo.
Ella se desperezó al ver que llegaba la parada. No era su parada, sin embargo, en esa parada subiría él.

El autobús frenó.

Un hombre mayor buscaba en su bolsillo algo que enseñar al conductor y mientras, ella impaciente miraba por la ventanilla.
“Tal vez este viniendo corriendo, seguro que se le ha pegado las sabanas”
Y sonrió ante la idea de verle venir corriendo con su maletín a cuestas, subiéndose las gafas y sujetando los bolsillos de la chaqueta.
Limpió el vaho de la ventana pero ni un alma pasaba por la calle. El anciano tomo asiento justo donde debería sentarse él. Ella estuvo a punto de decirle que ahí no debería sentarse, había muchos asientos libres del autobús a esa hora ¿por qué debía ocupar justo ese?... pero se retuvo de montar un espectáculo por, lo que para el resto de los mortales, era una estupidez.

El autobús cerró sus puertas.

En ese momento, una vez más tuvo que volver a hacer acopio de toda su fuerza de voluntad (o sentido del ridículo) para no gritar al conductor que aún faltaba él por entrar, que hiciera el favor de abrir la puerta... sin embargo, el autobús comenzó su rutinario viaje hacia la siguiente parada, pero para ella, todo había cambiado.
“¿Dónde estaba? ¿qué podría haberle pasado?”
Poco a poco lo que antes había sido ensueño comenzó a tomar tintes de pesadilla.
“Tal vez le han despedido” pero no creía que fuera así, ayer mismo portaba su eterna sonrisa, parecía lleno de confianza. No, nada le preocupaba. Además era inteligente si estuvieran a punto de despedirle lo hubiera visto venir y su actitud habría cambiado.
“Debe haber sido un imprevisto” eso le sonaba mucho mejor, pero, ¿qué tipo de improviso podría haber cancelado repentinamente su cita diaria?
“Tal vez un accidente, algo grave ha ocurrido a un familiar”, poco a poco fue trazando imaginariamente a cada uno de los miembros de su familia.
“Tal vez su mujer... o Dios mio, muerta” La luz roja del semáforo la deslumbró como un mal presagio. Ella estaba en la ducha y resbaló, cuando él entró vio un baño de sangre. Los del SAMUR poco pudieron hacer. “Estas cosas pasan” escuchó susurrar a uno de los enfermeros mientras las lágrimas de impotencia y de incredulidad nacían de sus ojos. ¿Por qué a ella? ¿por qué? Preguntaba mientras el espejo en su reflejo le devolvía solo incógnitas, ninguna respuesta.
Ella pensó que era terrible, pero de pronto a su cabeza llegó algo peor. Intranquila trato de quitarse esa idea de la cabeza, “no, no puede ser” pero de pronto todo iba tomando sentido. Su mujer no se daría una ducha a esa hora de la mañana, seguramente se levantara una vez él se hubiera ido... el imprevisto debía tener que ver con él. ¿Herido? Recordó su imagen hace 6 meses cuando subió a este mismo autobús armado con sus muletas asegurándole al conductor que se había auto lesionado para poder sentarse “legalmente” en su sitio favorito. Si estuviera herido... estaría allí, él era ese tipo de hombres. ¿Y muerto?. Poco a poco la imagen que antes le había levantado una sonrisa volvió a su mente, el corría porque llegaba tarde a coger el autobús y de pronto... aquel vehículo iba muy por encima de la velocidad permitida pero a aquellas horas poco era el tráfico que envolvía la ciudad. No les dio tiempo a reaccionar, a ninguno de los dos... él que se resistía a tomar el coche, o incluso a sacarse el carné, había visto truncada su vida precisamente por un hombre imprudente armado sólo con ese vehículo.
Se tapó la cara con las manos.
La gustaría ir al tanatorio y dar el pésame a su esposa. Había sido un gran hombre, fiel a cada una de sus citas, siempre lleno de optimismo, capaz de afrontar los días tristes con una sonrisa y resolver cada uno de los problemas que le había planteado la vida. La gustaría haberse podido despedir de él, decirle hasta que punto le admiraba. Siempre amable con las señoras mayores, incluso con su pierna escayolada. De pronto ella empezó a concebir una mañana tras otra sin él. Sus días habían cambiado irremediablemente, para siempre. A partir de ahora todo sería un poco mas triste. Ojalá hubiera tenido tiempo para despedirse.

El bus paró. Ella levantó la cabeza y le vio.

Él tenía pinta de haber corrido un maratón. La camisa fuera del pantalón, la chaqueta a medio poner y completamente despeinado. Casi sin poder tomar aliento la sonrió.

Ella le devolvió tímidamente la sonrisa y miró hacia la ventana, como cada día hacía.
Con un suspiro dejó marchar todas las ideas que habían revoloteado en su mente y volvió a ese estado de ensoñación dejándose llevar por el vaivén.
Ahora todo volvía a la normalidad: él seguiría siendo ese eterno desconocido, ella la amante obsesiva de su rutina.
Le perdonó, por esta vez, que no se sentara en el asiento de siempre

Emilio

domingo, 16 de noviembre de 2008

Hasta cuando...

Perdida en el laberinto de mis propios pensamientos, una palabra del exterior consigue introducirse entre los intrincados tuneles para hacerme despertar y prestar atención a una realidad que hasta entonces me habia sido ajena.

Un cambio, un sueño, una nueva realidad, unos nuevos horizontes...e innumerables frases de significado semejante acaparan mis oidos en apenas unos segundos.

Intento prestar algo más de atención intentando asimilar que todo ese conjunto de frases hechas no pertenezca a ningún anuncio de islas paradisiacas ni de coches de última generación. Pero el desenlace desemboca en un sin sentido que me recuerda el por qué me resguardaba en el acogedor lecho de mi caótica conciencia.

Las elecciones americanas por fin llegaron a su fin tras un largo año de campaña propagandistica no exenta de insultos pero sí de carente de soluciones prácticas para los problemas actuales. Y es que negar lo que hizo el anterior presidente no es proponer nada, a lo sumo es llevar la contraria.

Obama consigue cruzar la linea de meta derrotando a un candidato que habia dado por terminada su candidatura hacia meses pero que poseia la ilusión de los ignorantes: esperar un soplo de aire fresco que cambiara las tornas. Pero eso no pasó…y si hubiera pasado…ahí estarian los medios de comunicación para expulsarlo lejos de alli.

Un candidato, Mc Cain, contaminado por su relación con Bush y un candidato, Obama, que crea expectación ante la posibilidad de ser el primer presidente negro de EEUU y romper con la política bélica americana. Y pensar que todavía hay gente que se sorprende del desenlace…

Lo que me produce adversión no es quién haya ganado ( por desgracia la historia está llena de ejemplos de grandes personajes esperanzadores que se quedaron en la nada más absoluta) sino ver la opinion de esos viandantes que se acercan al microfono como la mosca a la m….. y en un arranque de puro patriotismo ignorante (sí, parece que a algunos les va la vida en ello) se arrancan a dar las razones por las cuales apoyan a uno u a otro. Las hay de todo tipo: es el mejor, es genial, se lo merece, es la esperanza para América, confio en que se acuerde de la gente de su color, mira por los desfavorecidos, mira por la unión de este gran país, en mi corazón sé que es la respuesta al cambio, es la esperanza a mis plegarias, sé que Dios y todos los americanos le apoyan……y no sé cuantas mil sandeces más con un gesto tipico américano: el puño cerrado con el pulgar hacia arriba (da igual que sean patatas, armas, colchones en la teletienda….es el gesto congénito de los americanos).

Las respuestas carecen de significado politico, no hay referencia a ningún punto de su campaña. Todas ellas son motivadas por sentimientos, deseos, aspiraciones individuales trasladadas a otras personas que creen más capacitadas de llevarlas a cabo, de cualquier tipo de causas afectivas que no implican decision política y que confunde el fanatismo con la decision crítica.

El cambio en un país no depende de una persona, sino de todas aquellas que la componen, que han de guiar a su candidato electo hacia lo que creen necesario y criticarlo en el momento en que se desvíe de su camino. La conciencia de un país es colectiva y no se limita a participar en una votación cada cuatro años. Y las personas, en este caso hago referencia directa a Obama, no gobiernan de una forma u otra dependiendo del color: Obama es Americano, ha recibido educación Americana y piensa como Americano que es. Las formas, los escrúpulos y la conciencia es lo único que cambia.

Aunque siempre cabe pensar que cada uno tiene lo que se merece….
Vanesa

miércoles, 5 de noviembre de 2008

El castillo de If

Aunque la melancolía no entiende de sexo, estado ni religión, lo cierto es que imaginar a nuestra princesita envuelta en tules rosas oteando el horizonte desganada toda la eternidad, o contemplar a un joven y apuesto príncipe cubierto de harapos y dudando incluso de sí mismo una y otra vez nos parece especialmente chocante, como si no tuvieran derecho a sentirse aislados y nos sintiéramos profundamente engañados. Suponemos como adultos pero apelando a lo irrazonable que para estos seres perfectos, las empalizadas rectangulares, con goteras y enrejadas, son lugares de transición entre la desgracia y la felicidad, pero nunca total y eternamente habitables.

Sin embargo, no convendría olvidar que de niños todos fuimos príncipes y princesas cuyas vidas giraron en torno a una torre, razones antropológicas aparte y Pretty Woman o Disney también. Imaginación y realidad se fundían en nuestra torre, que era transparente (entonces no teníamos doblez) pero también misteriosa, situada en lo más recóndito de nuestra alma y siniestra por necesidad. Escondite en unos momentos, fortaleza a la que pretendíamos acceder en busca de protección, prisión de otros –nunca podremos estar seguros de los sentimientos ajenos-, prisión de nosotros mismos –la comunicación es fluida sólo al noventa por ciento-. Con el tiempo dejamos de ser príncipes y princesas, pero la torre no desapareció, simplemente adoptó otra forma, ahí continúa, en la atalaya, rodeada de rocas afiladas entre olas de hierba o de aguas reposadas o quizá enfurecidas.

Que tengamos una torre polivalente no es ni bueno ni malo. Se escapa a los juicios éticos, incluso a la propia voluntad. Minúsculo espacio donde tratamos de entendernos a nosotros mismos, el lugar inaccesible a cualquiera que no sea su dueño, aunque incluso a éste le resulte inabarcable. Los problemas vienen cuando se convierte en el epicentro absoluto, refugio o asedio eterno, obsesión enfermiza que nos desquicia y desorienta el resto de nuestra vida.

En lo más alto de la más alta torre dicen que está la princesa. Lo que no cuentan es que hubo príncipes con vértigo y princesas tan dependientes de sus cadenas que nunca podrán ser rescatadas.

Vicky

sábado, 1 de noviembre de 2008

Fin de semana

Fin de semana. Noche del sábado. Cualquier bar de cualquier sitio. Los amigos, las copas y tu mente se abre para escuchar la cosa más inverosímil, la tontería más grande que hasta ese momento un habías oído o una declaración de intenciones por parte de las persona que menos te habías imaginado. Y si no,…siempre puedes poner la oreja a la conversación de al lado porque si de algo podemos presumir, no es de hablar bajo precisamente.

Entonces te descubres en una realidad donde el yo de cada uno pugna con el de los otros para contar historias personales, recuerdos de tiempos mejores e indiscreciones que van aumentando con el calor de cada copa.

Todo vale: las distintas seducciones de los chicos/as, las contestaciones ingeniosas, las proposiciones deshonestas, la participación en una de estas, el aguante de las noches interminables, las oportunidades perdidas, los proyectos futuros, los sueños perdidos, los amores fallidos, los ánimos vencidos…

La noche acaba y cada uno regresa a la rutina de sus vidas particulares, pero la satisfacción del orgullo henchido o del alma desahogada perdurará hasta la próxima reunión.

Saber escuchar sin participar en el ciclo es harto difícil y…si no tienes nada que decir, siempre puedes pincelar tus experiencias con algún matiz que las haga interesantes…hay quien lo llama mentir pero…quién es uno para juzgar a los demás…
Vanesa