miércoles, 9 de febrero de 2011

Los antihéroes IV

¡No podía creer que tuviese un zombi al lado suyo y no haber olido su pútrido hedor! Aunque teniendo a Haijó al lado podía haber una explicación…Rápidamente puso en práctica su gran técnica de batalla: echar patas para dejar paso a los luchadores cuerpo a cuerpo. No era un cobarde, solo alguien que valoraba mucho su pellejo y creía ser más útil en la lejanía bajo la protección de su arco.

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¡Joder con el puto elfo! Ya lo había vuelto a hacer. No había terminado de blandir su hacha contra la piel infecta de esos engendros, y ya había huido a esconderse tras las mujeres del grupo. Claro, que él no sabía diferenciar a los elfos de las elfas, le parecían todos iguales: femeninos y delicaditos con sus trencitas y cancioncitas bajo los árboles. Menos mal que ya se oía los rugidos de Cal-hamar tras de sí y, aunque no tenía cerebro, era valiente y medio diestro con la espada.

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Jaheira observaba como Cal-hamar y Haijó parecían jugar al tonto tú-tú más con la espada y decidió intervenir. Estaba demasiado cansada para derrochar un hechizo con un par de enemigos tan débiles así que se decidió por su bastón de rayos. Se concentró en uno de los contrincantes de Cal-hamar, siempre había zombis dispuestos a unirse a la fiesta. Apuntó y en el momento en que el rayo se alzaba, perdió el dominio sobre él. Cruzó los dedos y se encomendó a su Dios…

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El destino se puso en marcha una vez más y el Dios de los enanos debía estar ocupado contando su oro porque tras un itinerante camino, Haijó experimentó una nueva sensación en su cuerpo. Al aspecto calvo y desnudo que le había quedado tras tanta adversidad, se le sumó unos rígidos e intermitentes gestos en su rostro acompañados con unos estilosos pasos de break-dance hasta caer desvanecido al suelo. Alguien superior debía estar pasándoselo muy bien con este grupo…¿verdad Aker?

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Una vez más salieron victoriosos en la batalla y Ceylán tuvo que recurrir a sus dotes más altos de sanación para poder recomponer a Haijó. Su fiel compañero era una sombra del enano que había sido: calvo, sin barba, con una camisa que hacía de camisón para tapar sus vergüenzas, con recientes heridas por todo el cuerpo y con la mirada triste de alguien que anhela su fiel hidromiel… Se le encogía el corazón de verle así. En momentos así maldecía haberse unido a ese grupo por unas míseras ganancias y no haber seguido solos en su desinhibido transitar por los caminos. (Continuará...)
Emaleth

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