viernes, 18 de febrero de 2011

La oscuridad

Al amanecer miró hacia sus hermanas. Solo las más próximas a ella eran visibles. ¡Cómo había pasado el tiempo y cuánto habían cambiado las cosas! En su niñez, solía pasar las horas abstraída contemplando cuanto la rodeaba. Las horas se transformaban en minutos y, éstos, en segundos. Le gustaba enormemente observar cada uno de los pequeños cambios que se producían en los seres vivos a través de las estaciones y, con ellas, de los años.

Todo empezaba con una pequeña simiente y, a partir de ahí, una hermosa pugna por sobrevivir a las adversidades de la vida. En silencio, se repetía cuánto le hubiera gustado pasar por ello. No es que a ella no le afectara, solo que el proceso parecía ser más largo e inmutable.

Lo deseó fervientemente hasta que esos seres vivos fueron disminuyendo, hasta que el asfalto cubrió la superficie, hasta que los edificios ocultaron los árboles, hasta que una neblina tóxica cegó sus ojos. Nunca se había sentido tan sola y aislada.

El amor se convirtió en odio y su deseo cambió: deseaba vivir hasta contemplar el final de esos descreídos egoístas llamados humanos. Ya no alzaban la vista hasta ellas, ni solicitaban su ayuda, incluso, los marineros habían olvidado elevar la vista en mitad de las inconmensurables aguas negras.

Hasta entonces, solo podía esperar, intentar ver algo aquellos días en que los cielos no estaban cubiertos de sombras, disfrutar de las pocas hermanas que tenía alrededor y disfrutar de aquellas historias reconfortantes del pasado cuando las estrellas eran algo más que un simple adorno en la inmensidad del universo.
Emaleth

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