domingo, 21 de septiembre de 2008

Soledad

Asomó la cabeza por el pequeño ventanal que separaba su refugio de la realidad. Pocas veces se sentía tentado de hacerlo. Le gustaba el contacto del aire en su rostro pero no podía evitar sentir temor pensando que alguno de los males del mundo lo alcanzase y le contaminasen.

Sabía que era un extraño para todos aquellos que parecían llevar lo que llamaban vida normal; no importaba, ellos también lo eran para él. No buscaba el amor egoísta de los demás, ni adormecer sus sentidos y sus pasiones rindiéndose al tic tac de un reloj marcado por las obligaciones y los deberes. No se consideraba un ser asocial, tal vez alguien al que otorgaron la existencia en un lugar y en un momento equivocado.

Las estrellas iluminaron su rostro. ¿Habría una para cada persona o tal vez sólo para los que detenían el tiempo anhelando ver una luz en la oscuridad? Lo ignoraba pero le gustaría pertenecer a esa inmensidad y con la mirada de un alma inconmensurable poder alcanzar un saber concedido solo con el paso del tiempo.

Se detuvo una vez más con la mirada perdida en el infinito. Suspiró, se volvió y supo que pese a sus anhelos únicamente le quedaba volver al cobijo de su cuarto, a ese almacén de sueños frustrados que no cesan de luchar a pesar de lo débil de su aliento. Ellos le acompañaban, eran parte de él, eran el único testigo de su existencia…
Vanesa

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