sábado, 9 de agosto de 2008

La respuesta

Jugué varios minutos con el tenedor en la ensalada pensando en algún modo de salir de la situación en la que me encontraba. No podía mirarle a los ojos pero sabía que estaba impacientándose por mi actitud.

Sabía lo que tenía que decirle; cada palabra había sido ensayada minuciosamente delante del espejo y aún así dudaba de si era una respuesta. ¿Realmente creía en el contenido de ese discurso?, ¿sería bastante para él? No lo sabía, pero confiaba en que sonase con la suficiente seguridad para poder escapar de sus influencias, de la tentación que suponía aceptar su ofrecimiento.

Un leve movimiento de sus manos me sacó de mi ensimismamiento. Era el gesto que invitaba a hablar, a expresar todo aquello que debía decir sin saber si lo sentía o no, a enfrentarme a mis miedos olvidando las represalias por ello.

Un escalofrío recorrió cada parte de mi cuerpo. Pensar en su rostro me producía una mezcla de repulsión y fascinación que difícilmente podía explicar.

-“No puedo aceptar su proposición.-no podía creer que fuese mi voz; las palabras iban arrastrándose una tras otra de forma mecánica, sin entonación. Me obligué a continuar-Sin duda es una oferta generosa pero dista ampliamente de mis propósitos de futuro. Estoy segura de que sabrá encontrar una candidata con mejores cualidades que las mías, una persona que sepa disfrutar de su compañía y se deleite a su lado de todos esos viajes que le están aguardando. Disculpe las molestias que le haya podido causar durante su espera a mi respuesta y espero que sabrá dispensarme de mi negativa”.

Respiré profundamente para recobrar el aliento y para enfrentarme a su ira pero…de sus labios surgió una pregunta.

-“¿Está segura de su respuesta? Porque si es así, no habrá una segunda oportunidad para volver a formular la pregunta”.

Intentando mantener la serenidad, negué con la cabeza.

-“Muy bien. No olvide que habrá de enfrentarse con las consecuencias de su decisión que serán mayores con cada paso del tiempo; se irá marchitando y perecerá al ritmo que este le marque. Cuídese, ya sabe que habitan muchos peligros en la noche…”. Esbozó una sutil sonrisa, deleitándose en la pronunciación de cada palabra, pero yo solo podía ver el brillo de sus dientes, la agresividad de sus formas…

Tras esa velada amenaza desprovista de emoción alguna, desapareció y el reloj de arena continúo su camino año tras año. A veces pienso que fue un sueño o una pesadilla, según se mire; nadie puede ofrecerte el don de la inmortalidad. Es entonces, cuando mis dedos tocan las dos pequeñas cicatrices dibujadas en mi cuello y pienso ¿o tal vez sí es posible?...
Vanesa

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