sábado, 23 de agosto de 2008

La historia, el hombre y el tiempo

Durante largos años había observado la caída de los imperios, de civilizaciones henchidas de orgullo y prepotencia. Se decía que era el devenir cíclico de la historia pero no era sino el devenir cíclico del hombre.

La semilla de la destrucción se hallaba en el interior del hombre y si se diferenciaba de los animales por la palabra y la capacidad creadora era para utilizar éstas como herramientas que sirvieran a ese instinto aniquilador de su alma.

La bondad y la maldad se hicieron necesarias como conceptos manipulables, como términos usados por una Justicia que sustituía la venda por una mirada de sumisión hacia lo más alto. ¡Qué gran descubrimiento fue apreciar que todos los hombres podían ser dirigidos por los deseos de unos pocos individuos! ¡Qué inconscientes por no apreciar que entre el rebaño siempre habrá uno como ellos que conseguirá derrocarlos y sustituirlos!

La ignorancia y la falta de fuerza de voluntad esclavizan a los débiles bajo el yugo de líderes carismáticos. Hasta en los más pequeños núcleos sociales es apreciable el dominio de unos por otros. Pero el saber puede establecer límites y los hombres se distinguirán unos de otros por esa fuerza de voluntad que intentará cruzarlos e ir más allá de la aceptación y la resignación.

Pocos han destacado y destacarán de esa manera pues muchos solo mirarán hacia atrás para acumular libros de historia de los que poco aprenderán sin vislumbrar que tras los actos hay intenciones, deseos, estratagemas, conspiraciones…

A pesar de todo, no se cansaba de observarlos. Estudiaba sus pequeñas victorias, sus peligrosos fracasos, sus técnicas de engaño guardando en sí un cariño por ellos que había crecido con el paso del tiempo; su existencia estaba ligada a la de ellos.

Había cosas que nunca cambiarían y si lo hacían sabría esperar para verlas. Al fin y al cabo no habría historia sin ella. Sonrió manteniendo este pensamiento en su mente y se dirigió una vez más a su inagotable trabajo portando su inseparable amiga, su fiel compañera: la guadaña.
Vanesa

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