miércoles, 6 de agosto de 2008

Ambiente enrarecido

Un extraño silencio invadía la casa. No era un silencio completo, se escuchaban sonidos provenientes del patio de luces y algún murmullo y suspiro desde la cocina… era un silencio incompleto que podía sentirse dentro de los huesos.

“¿Por qué no me levanto y voy a pedir disculpas?”

En esta ocasión el paso a dar estaba claro. No había dudas de cuál era, ni de quién debía darlo. El peor hijo frente a una buena madre… el causante del dolor era fácilmente reconocible.

La puerta se abrió y entró el padre. Un saludo y pocas frases banales en tono distendido, incluso amigable. Tras esto se dedicó a realizar sus quehaceres o quenohaceres diarios. El escaso ruido que producían los clics del ratón no podían romper este extraño silencio, que navegaba por las venas… un silencio difícil de escuchar para alguien o algo ajeno… pero que al hijo le estaba volviendo loco y a la madre la obligaba a llorar.

“Debería salir de este lugar, dejarles en paz de una vez. El único camino para su felicidad es que yo no este aquí”

Y esa frase no carecía de verdad. Él era el que sembraba disgustos y recogía lágrimas, él no se preocupaba de nada más que sus asuntos, aunque a veces sus asuntos fueran tan nobles como “cambiar el mundo” o “ayudar a los necesitados” pero había desertado de su tiempo cualquier contacto con su familia.

Vivía en su misma casa… pero no estaban en su vida.

“Diré: lo siento. Y ella responderá: a buenas horas. Y mi humillación no habrá servido para nada”

Estaba claro, esta vez debía contemplar la posibilidad de que nada se arreglara. Tal vez, ni si quiera en el corazón de una buena madre, hubiera perdón para él.
Pero seguir como tal cosa, como si nada hubiera pasado… era una idea tan cruel, incluso para él. El peor hijo no podía hacer algo así… o sí. De hecho estaba la opción más retorcida, la más malévola, seguir como si estuviera enfadado con ella. Como si el daño que sufría fuera culpa de la madre. Apretar las tuercas hasta que ella diera el paso, aunque no sabía muy bien hacia donde…

“Es el momento…”

Ruido en la cocina… silencio en la casa…

“Sea lo que sea que tengas que hacer, hazlo ya.”

Y en la mente del peor hijo se fue formando un discurso:
“madre, he pecado contra el cielo y contra ti, ya no merezco llamarme hijo tuyo…”

No llegó a abrir la puerta de la cocina. Volvió a su cuarto… una característica del peor hijo era, sin duda, el miedo.

La puerta se abrió. Era la madre:
“Vas a comer o si no recojo la cocina”
La respuesta:
“Sí… sí, voy a comer”

Ruido en la cocina…
“¿Por qué sigue calentándome la comida?”

“Ve a comer”
Sonido lejano… pero ninguna palabra de ella rompería el extraño silencio, o mejor dicho… lo repararía.

Ahora él estaba seguro… todo podría ser igual que antes si dejaba correr el tiempo.

Suspiros en el cuarto de al lado.

“Será mejor que coma”.

Con la barriga llena las fuerzas vuelven y al pasar por el salón se pudo escuchar:
- Siento mucho lo que pasó ayer
- Vale
- De verdad, lo siento
- Vale, que quieres que te diga.

Y mientras cada uno marchaba por su lado el silencio enrarecido seguía empapelando la casa de un color muy diferente al de un hogar.

“Por el bien de todos… debo salir de aquí”
Emilio

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