domingo, 27 de septiembre de 2009

La confesión

Un nudo en la garganta impedía que palabra alguna escapase de su boca. Era un nudo provocado por el miedo y, a su vez, por el orgullo impetuoso de la juventud: no podrían sacarle información de ningún tipo.

Mientras esperaba a su interrogador, observó la sala en la que se hallaba. No era la habitual. Sabían que en su territorio se sentiría cómodo, podría evadir sus preguntas con relativa facilidad. Esto era nuevo. Era un ambiente que aparentaba ser agradable pero en todos sus recovecos se podrían encontrar elementos que recordaban sus leyes, esos imperativos a los que no había escapatoria sin castigo y su aceptación respondía al sí porque sí.

Debía centrarse en su argumentación. Una de las preguntas sería relativa al factor tiempo y era precisamente la que más le preocupaba. Unos veinte minutos malditos sin coartada le harían ser culpable a los ojos de su verdugo. No tenía testigo pero tal vez podría involucrar a alguien. Siempre es más fácil si compartes tus problemas con otro. Pero quién, qué persona sería fácil de liar y a su vez que soportase hábilmente las artes de un experto interrogador.

En mitad de su reflexión, la puerta se abrió y para su maldita suerte ahí estaba el más duro hueso del cuerpo: era conocida por ser inflexible e, incluso, de tomarse la justicia por su mano. Solo de pensar lo que había ocurrido en su último enfrentamiento hacía que un sudor frío le pegara la camisa al cuerpo.

No había escapatoria, habría de ser valiente y, pasara lo que pasara, no caer en sus negociaciones engañosas y negar de la forma más vehemente posible que él fuese el culpable de acabar con ese horroroso jarrón que presidía la mesa del salón…
Vanesa

1 comentario:

Christofer Lambert dijo...

Siempre me haces reir en este tipo de relatos...¡me encantan!!Sigue escribiendo relatos