viernes, 15 de mayo de 2009

En busca de un pequeño consuelo

Cerró los ojos. Una gota de sudor frío recorrió el dorso de su nuca hasta que el cuello de una fina camisa frenó su recorrido. Pensó en lo curioso que era la mente humana, un terror te paraliza y en vez de buscar una luz que ilumine la oscura desesperación de la que eres presa, te preocupa la más pequeña reacción de tu cuerpo. Una sonrisa, tal vez forzada, pero ese leve pensamiento lo requería. Se sintió estúpido pero no había nadie que pudiera reprochárselo ni juzgarle por ello, ahora sólo importaba recordar que incoherente acto le había llevado hasta allí, qué deseos insatisfechos le habían llevado a ser lo que era pues la seguridad del pasado había desaparecido y, con ella, todo el sentido de los acontecimientos posteriores. No, asumía su culpabilidad, nunca había sido un cobarde y, aun estando en el borde de ese precipicio que limita la monotonía de la coherencia, no iba a volverse atrás y responsabilizar a cualquiera pues, cualquiera tampoco le era suficiente para decelerar el latido de su corazón.

Silencio. Sus ojos permanecían cerrados. Era un silencio acompasado por una respiración entrecortada que competía con cada pequeño gemido que involuntariamente salía de su boca. Podía controlar la intensidad del dolor pero desconocía como hacerlo desaparecer para siempre. Sin embargo, eran las imágenes que su mente todavía se esforzaba por retener las que atenazaban cada músculo de su cuerpo y contaminaban sus recuerdos con aterradoras pesadillas.

La lluvia caía fría pero ni siquiera el agua fría había sido capaz de apagar la rabia que su alma retenía, esa rabia que había ido acumulando con el paso de los días, de los meses, de los años. No le sorprendía, era algo que se adquiría en cualquier maldita ciudad de este mundo, de esta mal llamada época de progreso que ahoga la esencia del hombre. Sí, era como nacer con una enfermedad crónica, heredada genéticamente, cuya curación dependía del sometimiento y de la carencia de voluntad de cada individuo. A pesar de todo, no era más que otro tedioso día dentro de una tediosa realidad que había aprendido a aceptar con el paso del tiempo.

Resignación. Una botella de vino abierta sobre la mesa, inundando con su aroma la fría habitación de un hombre solo que había olvidado lo que era amar y ser amado. Ya ni siquiera el alcohol era capaz de proporcionarle calor. No importaba, aún la lectura le otorgaba el consuelo que anhelaba, en ella podía evadirse de la tortura de lo real para descubrir mundos paralelos desbordados por la fantasía de otros y dados forma por su propia imaginación. En esos momentos la palabra libertad cobraba significado, la cadena del debe ser transformaba en la del puede anestesiando el dolor producido por la impotencia de la rutina, del fracaso de sus sueños sin oportunidad a realizarlos.

Cada noche se sumergía en ese estado narcótico en busca de un pequeño consuelo. La habitación desaparecía y él quedaba en la nada desatando sus deseos reprimidos hasta que la conciencia le devolvía el peso de la realidad como si de unos grilletes se tratara.
Vanesa

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Increible, como en cada pesadilla se te paraliza el corazon, se te pone la carne de gallina y consigue hacerte tener un poquito de miedo.
Muy bueno :D

Anónimo dijo...

Increible, como en cada pesadilla se te paraliza el corazon, se te pone la carne de gallina y consigue hacerte tener un poquito de miedo.
Muy bueno :D

Emaleth dijo...

Me alegra mucho que te haya gustado y que seas una más de este pequeño blog