domingo, 18 de enero de 2009

El viaje (II)

Daniel cerró los ojos con fuerza. Una vez más, como había hecho cada noche en la última semana, pidió que se cumpliese su deseo. Desde el invierno pasado no había vuelto a verlos y no podía pensar en otra cosa que no fuera que regresasen. Sus padres les habían asegurado que sucedería pero la estación invernal empezaba a agonizar y ellos no habían regresado. La llama de su esperanza se iba apagando.

Se levantó despacio tras acabar con sus oraciones y mecánicamente se dirigió hacia la ventana de su cuarto aguardando con la respiración entrecortada a verlos entre la oscuridad de la noche. La luz tenue de unas farolas dibujaba la silueta de los edificios que les separaban de los bosques vacios y oscuros. Siempre que los veía se sentía protegido a pesar de la frialdad de sus formas.

Nada. No los veía y por vez primera sintió como una lágrima de decepción surcaba su rostro y pensó que tal vez ya le había llegado ese momento del que hablaban los adultos: cuando los sueños se convierten en decepción y dejas de tenerlos para vivir el día a día con la resignación de la costumbre. No entendía muy bien que significaba pero en ese momento creyó que lo que sentía coincidía con lo expresado en ella.

Los objetos se desdibujaban ante sus ojos intentando no cerrarlos para no derrumbarse. Era ya demasiado mayor para llorar o eso le habían dicho. En ese esfuerzo se centró en la luz de una de las farolas más altas de la calle. Algo convertía su sereno fulgor en temblorosos destellos luminosos.

Se enjuagó los ojos y centró todos sus sentidos en esa dirección. Entonces…los vio. Venían en grupos desordenados. Los primeros eran pocos, parecían temerosos de lo que les aguardaba al final de su viaje pero pronto se vieron arropados por más que les animaban a seguir su camino.

El corazón henchido de alegría y una sonrisa de absoluta felicidad es lo único que les podía ofrecer como bienvenida pero aguardaba impaciente su encuentro con ellos al día siguiente. No sabía si podría dormir, lo que sí sabía es que todavía podía seguir con sus sueños pues si se piden de corazón y con sinceridad acabarían cumpliéndose.

A la mañana siguiente Daniel se despertó radiante y aún así temeroso de que todo fuese producto de su imaginación. Corrió hacia la ventana y allí estaban, aguardando pacientemente y en silencio a que los fuera a recibir.

Bajó a toda prisa mientras se vestía desordenadamente. No podía esperar más, ya había aguantado todo un año. Y es que mientras abría la puerta no podía dejar de gritar que había nevado y que cada oración suya se había convertido en unos copos de nieve que al fin habían regresado tras un largo viaje.
Vanesa

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