Le encantaba complicarse la vida. Se lo decía todo el mundo, que era un bicho inquieto, que la Tierra no giraba más deprisa para que a él le diera tiempo a recorrerla y que se dejara de sueños imposibles propios de una juventud que estaba llamada a agotársele en breve.
A veces pensaba en su epitafio, sobre todo o con especial frecuencia desde que había visto los ingleses, vidas hábilmente resumidas en cuatro líneas con sus logros y miserias. La suya tenía más de lo segundo que de lo primero (como todo el mundo, aunque pocos lo reconocieran), pero aún así se negaba a que su tiempo respirando se redujera a un par de sintagmas entre los paréntesis del nació y del murió. No obstante, bien pensado, era absurdo preocuparse por la trascendencia de un epígono en Times New Roman que nunca llegaría a leer.
Por eso mismo y por él mismo (propósito egoísta y orgullosamente reconocido) le gustaba que le insultaran llamándole irreflexiva aguililla (curiosa a la par que astuta) pues sólo así podía alcanzar las oportunidades más recónditas y las ilusiones menos manidas.
Que los demás construyeran sus días previsibles y sueldos fijos, hipotecas mortuorias y niños que les sacaran los ojos, porque lo que era él lo tenía muy claro: haría lo imposible para que ésta, la síntesis de su vida, le llevara al escritor de turno algo más que los protocolarios cinco minutos.
A veces pensaba en su epitafio, sobre todo o con especial frecuencia desde que había visto los ingleses, vidas hábilmente resumidas en cuatro líneas con sus logros y miserias. La suya tenía más de lo segundo que de lo primero (como todo el mundo, aunque pocos lo reconocieran), pero aún así se negaba a que su tiempo respirando se redujera a un par de sintagmas entre los paréntesis del nació y del murió. No obstante, bien pensado, era absurdo preocuparse por la trascendencia de un epígono en Times New Roman que nunca llegaría a leer.
Por eso mismo y por él mismo (propósito egoísta y orgullosamente reconocido) le gustaba que le insultaran llamándole irreflexiva aguililla (curiosa a la par que astuta) pues sólo así podía alcanzar las oportunidades más recónditas y las ilusiones menos manidas.
Que los demás construyeran sus días previsibles y sueldos fijos, hipotecas mortuorias y niños que les sacaran los ojos, porque lo que era él lo tenía muy claro: haría lo imposible para que ésta, la síntesis de su vida, le llevara al escritor de turno algo más que los protocolarios cinco minutos.
Vicky
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