domingo, 19 de octubre de 2008

Las cadenas de la vida

Con el tiempo las cuatro pareces que lo rodeaban se hicieron más opresivas. De nada ya servían los inmensos tesoros que la adornaban. En un principio era un inmenso placer observar, estudiar, valorar hasta el mínimo detalle de cada pieza. Se imaginaba al artesano labrando con sumo cuidado y amor los numerosos ornamentos sin que sus manos dudasen en el trazado o se detuviesen por el grado de dificultad que implicaban. En su fuero interno siempre los había envidiado por ser creadores de tales bellezas.

Entre todas esas maravillas había una que especialmente le deleitaba mirar. Era un brazalete de oro macizo donde las formas representadas se fundían a su alrededor con el azul intenso del lapislázuli. En ella, dos dioses se daban la espalda representando cada una de las fuerzas del bien y del mal. Ante ellos, los esclavos se arrodillaban pidiendo ser acogidos por su gracia. Al menos eso era lo que él entendía puesto que no sabía descifrar la compleja escritura egipcia. Solo unos pocos privilegiados tenían acceso a ella.

¿Cómo escapar de la condición ligada a su existencia? ¿Cómo escapar de las cadenas de la vida? Silencio. Se lamentó por su posición en la vida terrenal sabiendo que su vida en el más allá no gozaría de mejoras notables. Pero hasta entonces, no podía hacer otra cosa más que esperar, así que volvió la vista hacia el brazalete para sentir por esos esclavos la misma compasión que sentía por él mismo. Ellos pervivirían a través de los tiempos en aquel grabado y él…él permanecería siglo tras siglo en la tumba de su amo, de su Faraón para servirle en la muerte igual que en la vida.
Vanesa

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