Hacía ya tiempo que nadaba junto a sus hermanas en un tranquilo lago protegido por un frondoso bosque. Los pequeños peces eran su única compañía. Le gustaba permanecer junto a la superficie para disfrutar de los sonidos de la naturaleza, de los seres que habitaban en ella. Se dejaba llevar con la mirada perdida hacia el cielo intentando interpretar las figuras de las nubes, imaginando el lugar al que van las aves que vuelan entre ellas, incluso, preguntarse si las personas que iban dentro de los aviones eran capaces de verla. En esos momentos podía decir que se sentía plenamente feliz y deseaba profundamente que nada cambiara nunca.
El Destino se aburría con la
monotonía así que decidió intervenir jugando con ella y sus hermanas. De un día
para otro, hizo desaparecer las nubes para mostrar un extenso lienzo azul junto
con un sol implacable.
Al principio no le dio
importancia, incluso disfrutaba del calor, pero cada mañana se despertaba con
la ilusión de ver de nuevo las nubes sobre sí para volverse a decepcionar tras
su ausencia. Era el sol quien seguía dándola los buenos días, quien la
acompañaba en las horas diurnas y vespertinas. Solo la luna conseguí calmarla,
dar una tregua a ese sopor que mantenía sus sentidos embotados y su mente en
algún punto entre el sueño y la vigilia.
En ese estado hipnótico se
encontraba cuando empezó a notar un cambio. Algo tiraba de ella hacia la
superficie. Sorprendida, abrió los ojos y fue consciente, para su desconcierto,
que ascendía por algo o por alguien que no era capaz de ver. Miró a ambos lados
intentando pedir ayuda pues no era capaz de pronunciar palabra, pero nadie se
cruzó con su mirada. Había perdido el control sobre su cuerpo; el miedo y esa
fuerza desconocida la dominaban. De repente, empezó a desvanecerse sin dejar de
elevarse. No podía pensar, no podía moverse, no podía sentir dolor, no sentía
nada. La pérdida de conciencia la salvó de traspasar la puerta de la locura.
Silencio.
Un escalofrío la hizo despertar.
Nunca había sentido tanto frío como en ese momento. Había una especie de
neblina a su alrededor que no la permitía distinguir nada que la ayudase a
averiguar dónde estaba. El sitio era extraño, ella era una extraña. Le
resultaba difícil pensar con claridad pues estaba confusa la mayor parte del
tiempo.
Una noche todo cambió o al menos
eso creyó en el estado caótico en el que se encontraba. Una luz iluminó todo
por unos escasos segundos dejándola cegada y más atemorizada aún. No estaba
sola. Junto a ella había otras, pero no entendía cuando llegaron o cómo lo
habían hecho sin que lo hubiera percibido. Y, justo cuando iba a preguntarlas
quiénes eran, el suelo empezó a ceder bajo sus pies. Todas intentaron asirse a
algo en vano pues no había nada sólido a su alrededor. Sintió la fuerza de la
gravedad sobre sí y empezó a caer. Solo entonces reconoció a sus hermanas y
entendió que su sueño se había cumplido: llegó a ser nube. Cerró los ojos y,
mientras caía, se sintió reconfortada pues comprendió que su muerte sería
fuente de vida para otro, un fin y un principio.
Emaleth
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