lunes, 5 de mayo de 2014

La montaña dormida III


Oculto entre la maleza observaba un claro del bosque próximo a la entrada de uno de los pocos túneles que habían quedado al descubierto. Las palabras de su amigo se agitaban en su mente pues, para su asombro, resultaron ser ciertas. Delante de él había siete figuras encapuchadas. Sus hábitos negros ocultaban cualquier pequeño rasgo o indicio que les pudiese identificar. No había cánticos ni plegarias como en otros rituales que había tenido la oportunidad de presenciar, solo seis rodeando a la séptima, lo que indicaba que era el líder o tal vez el sacrificio elegido para ese acto.
La curiosidad lo atenazó al lugar, no podía evitar pensar en otra cosa que no fuese lo que presenciaba ante sí. Las figuras del exterior se arrodillaron mirando fijamente al suelo. La central alzó los brazos murmurando palabras que no consiguió escuchar desde donde estaba. Era un sonido monótono, carente de vida que le envolvía poco a poco haciéndole perder la conciencia. En ese estado, se vio en un lugar desconocido: piedras por paredes y abandono en donde parecía haber habido suntuosidad y riqueza. Al final de la instancia brilló un objeto. No conseguía distinguir que era pero se sintió atraído hacia él. Sus piernas intentaron moverse sin éxito, y cuanto más empeño ponía más refulgía su luminosidad. Empezó a sudar del esfuerzo, a enojarse por su impotencia hasta que se sintió caer.
Una luz lo despertó de su ensueño, la figura seguía en el centro pero a su alrededor los árboles se iluminaron con teas encendidas por sí solas. Se restregó los ojos en el intento infantil de aclarar su visión, pero nada cambió. Ninguno mostró señal de sorpresa. A continuación el líder bajó los brazos, miró hacia los suyos y su grito resonó en el silencio: Blut! No sabía mucho alemán pero sí lo suficiente para reconocer esa palabra: ¡Sangre! Inmediatamente, cada uno de ellos alzó su manga y, con un cuchillo que tenían oculto en la otra, se hicieron un profundo corte. Así se levantaron y empezaron a andar en círculo dejando que las gotas derramadas dejaran su huella sobre el suelo silenciando su caer con un cantar que parecía ser una mezcla entre latín y alemán antiguo. Poco a poco la voz se iba alzando al igual que el viento que empezó a soplar a su alrededor. Las sombras de las figuras se movían fantasmagóricamente bajo las luces oscilantes de las antorchas. No sabría decir si fue por el cansancio o por los hechos acontecidos anteriormente, pero le pareció que el paso y la letanía de los encapuchados se iban acelerando de manera vertiginosa asemejándose peligrosamente a un torbellino hasta que solo fue capaz  de ver una multitud de  hojas sacudidas por el viento y sobre ellas, sobre ellas NADA. Aterrorizado, se acercó al lugar del ritual y comprobó lo que sus sentidos ya le habían advertido que no era otra cosa más que la temible nada. Continuará…
Emaleth

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