lunes, 8 de agosto de 2011

El examen

“La conquista de las Galias por el Imperio Romano”. ¿Qué tipo de pregunta era esa? Cómo podía recordar algo que sucedió siglos antes de que él mismo naciera. ¡Qué estaba sucediendo con el sistema educativo! ¡¿Acaso el colegio se había convertido en una mera institución carcelaria y de tortura?! ¡¿No tenía él derechos como todo el mundo?! La respuesta la sabía demasiado bien; en el último examen le negaron la posibilidad de apelar varias preguntas que, en su criterio, no aportarían beneficio alguno en su vida y, para el colmo de su indignación, le amenazaron con la expulsión y una llamada a sus padres. Aún seguía sin comprender la necesidad de identificar un sujeto o un predicado en una oración. ¡Pero si ya estaba hecha! ¡Menuda estupidez!

El caso es que no podía llevar otro suspenso a casa; en la escuela empezaban a preguntarse si el término especial que utilizaba su madre para defenderlo tenía otro significado igual de “especial”. Intentó concentrarse en la respuesta pero sus ojos vagaban inevitablemente hacia el reloj de la clase contabilizando los minutos que lo separaban de la libertad.

Mientras decidía qué actividades ocuparían su tiempo esa tarde, le pareció oír una lejana voz que avisaba de la pronta finalización del examen. Helado, estudió el reloj atentamente para darse cuenta que cinco minutos era todo lo que le restaba de una hora en la que lo más provechoso que había hecho era escribir correctamente su nombre en la parte superior de la hoja.

Rápidamente, esgrimió con agilidad el bolígrafo y de su punta brotaron rápidas palabras que acabaron ocultando la desnudez del folio. Una firma, una sonrisa en la entrega del examen y, una vez más, la satisfacción del trabajo bien hecho.

Mientras salía por la puerta, solo una duda asaltaba su mente: en la defensa de la Galia contra los romanos, ¿cómo se llamaba ese gordo que siempre acompañaba a Asterix?...
Emaleth

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