miércoles, 28 de octubre de 2009

Richard

-Bienvenidos caballeros a esta reunión, aunque lamento comunicarles que las noticias que aguardábamos no son nada esperanzadoras para el término de la guerra que tanto ansiamos. Perdonen mi atrevimiento, pero me he permitido la licencia de invitar al valioso soldado que arriesgó su vida por traer la información de la que hoy disponemos y que es motivo de la comparecencia de los presentes. Les presento al sargento Brown quién les expondrá la situación presente en el bando enemigo, la posible estrategia a seguir y contestará gustoso a sus preguntas. Cuando quiera, sargento Brown…

-Gracias. Como saben, hace quince días la Cruz Roja envió una comitiva de inspección a un lugar situado a 61 Km del noroeste de Praga, instada por los países aliados ante la sospecha de la existencia de un campo de concentración. Mi misión consistía en acompañarles, junto a otros soldados, para asegurar su protección en suelo enemigo.
A nuestra llegada a Theresienstadt, los soldados alemanes nos aguardaban mostrando la mejor de sus sonrisas tratando aparentar una tranquilidad que contrastaba con el miedo de los que allí habitaban.
La primera parte de la visita consistía en mostrar la infraestructura con la que contaba la población. Había escuelas, parques, comedores, un hospital….todos aquellos elementos básicos para el bienestar de una persona y que, en mi opinión, denotaban la prisa con la que habían sido construidos. En todo momento nos vimos rodeados por múltiples soldados que impedían salirnos de la ruta prefijada mientras un oficial nos explicaba detalladamente el por qué de ese lugar. Para no alargarme, resumiré sus palabras: Terezin era un asentamiento formado por dos fortalezas de distinto tamaño cuyo cometido era la de proteger a un grupo de más de 150.000 judíos notables y desmitificar las habladurías que afirmaban que solo era una estación de paso para la deportación a Auschwitz.
Para los inexpertos ojos de los componentes de la ayuda humanitaria, el lugar cumplía con todos los preceptos establecidos. A esta tranquilidad se le suma la segunda parte de la visita consistente en el trato directo con unos refugiados determinados quienes les confortaron con unas cuantas respuestas monosilábicas y mecánicas.
Los elegidos vestían unas ropas modestas pero limpias y, aunque se les veía delgados, mostraban un tono saludable en sus caras. Esto parece sugerir su oportuna recién llegada a la comunidad. Las breves contestaciones eran seguidas por un rápido vistazo a los soldados temiendo no interpretar correctamente su papel.
Fue en el transcurso de esa interpretación cuando observé a un hombre mayor sentado en uno de los extremos de la sala. Su mirada no se apartaba de la mía y, aunque revelaba cansancio, no daba muestras de temor ni fragilidad. Entonces comprendí que había aceptado su muerte pero no la de su pueblo. Él también pareció saber que yo lo había entendido porque en ese momento se levantó y corrió hacia mí.
La sorpresa y conmoción del momento hizo dudar a los soldados pero yo tenía claro qué debía hacer. Rompí la fila en la que nos hallábamos confinados y me dirigí lo más rápido posible hacia él. Entonces, fue cuando escuché el disparo y su cuerpo cayó entre mis brazos. Una última vez nuestras miradas se cruzaron y sentí como algo se deslizaba en el interior de la chaqueta. Sin pensar, lo abracé para tratar de meter aquello en el bolsillo de manera disimulada pero el paquete de tabaco que había guardado allí tan solo hacía unos minutos, me lo impedía.
Los nervios se apoderaron de mi mente, los pasos de los soldados resonaban en mis oídos junto a gritos y lamentos…Si no reaccionaba, no habría allí nadie que llorase por mí. Con un movimiento seco rompí el interior de mi camisa, a la altura de la axila, y dejé caer el pequeño paquete. En ese momento dos soldados alemanes me alzaron preguntando si estaba herido pero yo solo podía pensar en qué explicación podría dar para justificar mi acto desesperado y poder salvar lo que el viejo judío me había legado con su muerte, con su sacrificio.
El resultado de la visita es conocido por todos los presentes. Theresienstadt pasó la inspección y, en ningún instante, se dio a conocer este suceso. El soldado alemán que realizó el disparo fue castigado de manera leve. Declaró que el judío fallecido había padecido desde el principio de su ingreso brotes psicóticos que creían ya remitidos, de ahí su presencia en la sala, pero su reacción inesperada lo hizo temer por mi vida y la de los presentes. La declaración del soldado fue apoyada por un informe presentado por el médico que dirigía el pequeño hospital allí ubicado. Por mi parte, el máximo representante de la Cruz Roja allí presente respondió algo semejante: ante el desconocimiento de lo que pretendía aquél hombre, me dirigí hacia él para cumplir con el cometido para el que estaba asignado: la protección del grupo. No hubo más preguntas ni más referencias a este acontecimiento.
El pequeño paquete rescatado resultó ser un diario muy útil pues en él hay información detallada y descripciones precisas de lo que realmente es Terezín y de los secretos que oculta en su interior… (Continuará)
Vanesa

1 comentario:

Anónimo dijo...

Vaya historia...Me ha encantado pero me he quedado con las ganas.Espero que pronto subas al blog la segunda parte.Nadie como tu escribiendo sobre los nacis